miércoles, 28 de febrero de 2018

ESCOLARIZAR


LA ESCUELA NO EDUCA

Hace unos días leí un artículo en el que su autor se preguntaba en el título cuál es “la mayor estafa del mundo”. Una pregunta retórica a la que respondía inmediatamente con una afirmación rotunda: “La educación”. Y entre líneas se destacaba de su contexto lo más llamativo: “No se trata de que los niños no puedan ir a la escuela, es que allí no aprenden”.


Estoy de acuerdo en la crítica que hace Moisés Naím de un sistema educativo que reduce la educación a la enseñanza institucionalizada en la escuela: ”Escolarización -escribe- no es lo mismo que aprendizaje. En otras palabras, ir al colegio o a la escuela secundaria, y hasta obtener un diploma, no quiere decir que ese estudiante haya aprendido mucho”. Y si eso es todo lo que hace o consigue la escuela: escolarizar en vez de enseñar, entonces es ciertamente la mayor estafa.

Pero disiento cuando él mismo confunde la educación con la enseñanza e insiste solo en el aprendizaje de conocimientos y habilidades. La mayor estafa no está en lo que promete y no consigue la escuela : que los alumnos aprendan a hacer las preguntas que deben hacerse de acuerdo con el programa y a responder con las respuestas pertinentes que enseña la escuela. Porque eso no es educar a los alumnos aunque éstos lo aprendan. Eso es enseñar....los dientes, domesticar, programar, producir la fuerza de trabajo: hombres y mujeres de provecho para el sistema y por sistema. Ni siquiera lo que se llama educación en valores es tal si los valores que se transmiten son los dominantes en una sociedad donde la “excelencia” es el éxito y el éxito se aprecia según se pague en el mercado. Confundir la educación con la enseñanza así entendida es confundir valor y precio, como ya dijo Machado que hace el necio.

Sin embargo el éxito de la escuela -llámese como se llame- si se mide por objetivos que puedan evaluarse o apreciarse de acuerdo con los “valores” dominantes establecidos en la sociedad, es por el contrario, de nota, sobresaliente incluso, como institución madre y maestra que inicia en la nueva religión del consumo. ¿Qué no estará dispuesto a tragar el que ha aprendido a tragar conocimientos y sabe ya lo que es bueno después de pasar por la escuela? La escuela que gradúa a unos y degrada a otros, enseña a todos: a los primeros la salvación, y a los segundos a arrepentirse si quieren salvarse.

Pero una educación reducida a la enseñanza y al aprendizaje, ajustada a la demanda de una sociedad establecida y cuantificada aquella - la demanda- por el consumo estimado según la cantidad de clientes, ya se trate de votantes que no piensan o de individuos que solo comen pienso y engordan como animales hasta caer o ganar por su propio peso, no es educación. Eso ni siquiera es adiestrar, y si eso es lo que hace la escuela: enseñar a comer para ser comidos – o consumidos tan ricamente por el sistema- se parece más a una granja que a un gimnasio y en absoluto a la academia de los filósofos griegos. Nada que ver con educar para la ciudadanía, nada que ver con educar para la libertad. No, al menos, como quería Sócrates.

La gran estafa no consiste entonces en que los alumnos no aprendan lo que enseña la escuela. Sino - como ya decía Ivan Illich hace cincuenta años aproximadamente- que los escolarice en vez de educarlos como personas; es decir, los produzca en serie como individuos homologados, titulados,de marca o sello de calidad , o producto certificado y a pedir de boca del sistema que todo y a todos nos consume.
El pueblo soberano solo es posible como pueblo de personas libres y responsables. No es la gente en general, que eso es un rebaño. Lo que se echa en falta en las sociedades humanas – y no digamos ya en las democracias - son personas con una cabeza despejada sobre los hombros; con el corazón abierto siempre para comprender, no menos que los oídos para escuchar y los ojos para mirar; con la boca para comer sano por supuesto y nunca para morder a los demás, con frecuencia para besar y a veces incluso para hablar sin dar la callada por respuesta.

Que la palabra es como el pan y como el agua, compañero que vas... ¡No niegues a nadie la palabra y un vaso de agua, qué menos! Las personas bien educadas no hacen eso. Y eso no se aprende en la escuela por desgracia. Eso se aprende con todos y entre todos. Incluso en la escuela cuando se encuentra uno con un maestro excepcional que escucha a los alumnos cuando le hacen preguntas que no figuran en el programa y se compromete sin prejuicios a buscar con ellos la respuesta. Un buen discípulo que escucha es también un discípulo que habla, y un buen maestro que habla solo es bueno si también escucha. No hay yo sin tú, y a la inversa. Encontrarse con otros es también encontrase consigo. Esa es la única manera de crecer juntos como nosotros. Y eso es educarse: salir de uno mismo, abrirse, convivir y compartir, comprender y crecer, encontrarse con otros hasta ser todos nosotros. Y lo demás sólo es ir a la escuela, hacer una carrera y quedarse en paro... como persona.

José Bada
25-2-2018

No hay comentarios:

Publicar un comentario