LA ESCUELA NO EDUCA
Hace unos días leí un artículo en el que su autor
se preguntaba en el título cuál es “la mayor estafa del mundo”.
Una pregunta retórica a la que respondía inmediatamente con una
afirmación rotunda: “La educación”. Y entre líneas se
destacaba de su contexto lo más llamativo: “No se
trata de que los niños no puedan ir a la escuela, es que allí no
aprenden”.
Estoy de acuerdo en la crítica que
hace Moisés Naím de un sistema educativo que reduce la educación a
la enseñanza institucionalizada en la escuela: ”Escolarización
-escribe- no es lo mismo que aprendizaje. En otras palabras, ir al
colegio o a la escuela secundaria, y hasta obtener un diploma, no
quiere decir que ese estudiante haya aprendido mucho”. Y si eso es
todo lo que hace o consigue la escuela: escolarizar en vez de
enseñar, entonces es ciertamente la mayor estafa.
Pero disiento cuando él mismo confunde
la educación con la enseñanza e insiste solo en el aprendizaje de
conocimientos y habilidades. La mayor estafa no está en lo que
promete y no consigue la escuela : que los alumnos aprendan a hacer
las preguntas que deben hacerse de acuerdo con el programa y a
responder con las respuestas pertinentes que enseña la escuela.
Porque eso no es educar a los alumnos aunque éstos lo aprendan. Eso
es enseñar....los dientes, domesticar, programar, producir la fuerza
de trabajo: hombres y mujeres de provecho para el sistema y por
sistema. Ni siquiera lo que se llama educación en valores es tal si
los valores que se transmiten son los dominantes en una sociedad
donde la “excelencia” es el éxito y el éxito se aprecia según
se pague en el mercado. Confundir la educación con la enseñanza así
entendida es confundir valor y precio, como ya dijo Machado que hace
el necio.
Sin embargo el éxito de la escuela
-llámese como se llame- si se mide por objetivos que puedan
evaluarse o apreciarse de acuerdo con los “valores” dominantes
establecidos en la sociedad, es por el contrario, de nota,
sobresaliente incluso, como institución madre y maestra que inicia
en la nueva religión del consumo. ¿Qué no estará dispuesto a
tragar el que ha aprendido a tragar conocimientos y sabe ya lo que es
bueno después de pasar por la escuela? La escuela que gradúa a unos
y degrada a otros, enseña a todos: a los primeros la salvación, y a
los segundos a arrepentirse si quieren salvarse.
Pero una educación reducida a la
enseñanza y al aprendizaje, ajustada a la demanda de una sociedad
establecida y cuantificada aquella - la demanda- por el consumo
estimado según la cantidad de clientes, ya se trate de votantes que
no piensan o de individuos que solo comen pienso y engordan como
animales hasta caer o ganar por su propio peso, no es educación. Eso
ni siquiera es adiestrar, y si eso es lo que hace la escuela: enseñar
a comer para ser comidos – o consumidos tan ricamente por el
sistema- se parece más a una granja que a un gimnasio y en absoluto
a la academia de los filósofos griegos. Nada que ver con educar para
la ciudadanía, nada que ver con educar para la libertad. No, al
menos, como quería Sócrates.
La gran estafa no consiste entonces en
que los alumnos no aprendan lo que enseña la escuela. Sino - como ya
decía Ivan Illich hace cincuenta años aproximadamente- que los
escolarice en vez de educarlos como personas; es decir, los produzca
en serie como individuos homologados, titulados,de marca o sello de
calidad , o producto certificado y a pedir de boca del sistema que
todo y a todos nos consume.
El pueblo soberano solo es posible como
pueblo de personas libres y responsables. No es la gente en general,
que eso es un rebaño. Lo que se echa en falta en las sociedades
humanas – y no digamos ya en las democracias - son personas con una
cabeza despejada sobre los hombros; con el corazón abierto siempre
para comprender, no menos que los oídos para escuchar y los ojos
para mirar; con la boca para comer sano por supuesto y nunca para
morder a los demás, con frecuencia para besar y a veces incluso para
hablar sin dar la callada por respuesta.
Que la palabra es como el pan y como el agua, compañero que vas... ¡No niegues a nadie la palabra y un vaso de agua, qué menos! Las personas bien educadas no hacen eso. Y eso no se aprende en la escuela por desgracia. Eso se aprende con todos y entre todos. Incluso en la escuela cuando se encuentra uno con un maestro excepcional que escucha a los alumnos cuando le hacen preguntas que no figuran en el programa y se compromete sin prejuicios a buscar con ellos la respuesta. Un buen discípulo que escucha es también un discípulo que habla, y un buen maestro que habla solo es bueno si también escucha. No hay yo sin tú, y a la inversa. Encontrarse con otros es también encontrase consigo. Esa es la única manera de crecer juntos como nosotros. Y eso es educarse: salir de uno mismo, abrirse, convivir y compartir, comprender y crecer, encontrarse con otros hasta ser todos nosotros. Y lo demás sólo es ir a la escuela, hacer una carrera y quedarse en paro... como persona.
José Bada
25-2-2018
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