LA
ESPAÑA VACÍA
Ese
es el tema. Pero el problema de fondo no es la despoblación del
territorio; que eso pertenece a la geografía humana y a la
demografía, y es asunto que compete a la ordenación del territorio.
Por tanto nada que pueda resolverse con medidas meramente políticas
o recursos económicos para asentar la población o fijarla sobre el
territorio. Lo que pasa en la España vacía es más de lo mismo que
pasa en un mundo que va sobre ruedas sin que nadie conozca el destino
y hacia dónde vamos a parar. Como si la humanidad entera, hecha
del mismo barro – del humus o de la tierra- estuviera en trance de
despegarse de ella y se concentrara en las ciudades sobre el asfalto
dispuesta a salir volando. Asistimos a un proceso de urbanización o
destierro que parece imparable en todo el mundo, donde más de una
sola ciudad alcanza ya una población aproximada a la que tiene
España.
Pero
ese no es el problema de fondo, como queda dicho. Sino el escándalo
que solo nos hace hablar, cuando debería darnos más para pensar.
El tema de la España vacía oculta lo que deberíamos ver y pensar
con mucha más preocupación. Lo que sucede en todas partes -
incluso en los pueblos que no pierden habitantes- es que los pueblos
se deshacen o despueblan en otro sentido. Como pasa en el mío –
es un decir, pues ya no existe- que los pierde pero menos y sin
embargo ya no reconozco. Y como tantos otros con las calles vacías,
y las casas sin hogar ni el viejo en su rincón que antes no podía
faltar. Que se parecen tanto a los pisos de la capital, donde tampoco
falta el televisor y alguien tendido en el sofá que no está en
casa para nadie que venga de fuera.
Los
pueblos de la España vacía se quedan sin vecinos en ejercicio
aunque estén empadronados allí o tengan incluso el cuerpo sin
estar para nadie. Los habitantes del lugar son “ciudadanos”
ocultos o vergonzantes: quieren y no pueden vivir como los que viven
ostensiblemente en las ciudades. En las ciudades los urbanitas se
ven más en la calle -la gente, quiero decir- pero tampoco se
encuentra personalmente ni bajan a la calle para encontrarse salvo
raras excepciones.
Lo
que se pierde en casi todos los pueblos aunque no pierdan habitantes
es toda una forma de vida. Y eso, amigos, es el problema de fondo.
La causa de la España vacía, y este el efecto que lamentamos. Para
vivir como en las ciudades es preferible vivir en ellas. Porque
siempre el original será mejor que la copia. Pues eso, no hace falta
darle vueltas.
La
cultura es una forma de vida y al servicio de la vida que llevamos .
Ya sea para vivir a tope , y eso es desvivirse por otros y con otros.
O para sacar de ella lo que uno pueda. La razón instrumental,
técnicamente más desarrollada, va siempre a lo suyo, es más
competitiva y en tal sentido más profesional. Es un saber hacer
cualquier cosa. Y para eso sirven las dos manos: para coger,
abarcar. trabajar, manejar, y dar golpes... Sin pillarse los dedos,
claro, que puede suceder sin embargo por accidente. Y menos para
abrazar y comprender, aunque también siempre que mande la buena
voluntad: la otra razón, la del corazón que también las tiene y no
sólo la cabeza. El corazón que es por supuesto más cordial y más
entrañable, más profundo y más abierto. El motor de la vida, la
fuente de donde viene el agua que canta: el silencio que ama. Y al
hacer la vida - que no es cualquier cosa sino convivencia- nos hace
también humanos.
Antes
de deshacerse o despoblarse, en los pueblos se cuidaba más todo lo
concreto: lo que nacía y crecía en el mundo de la vida, y se
cultivaba la relación con los vecinos. En ese cultivo destacaba la
mujer por su cuidado, del que no siempre aprendimos los hombres más
diestros y siniestros en hacer cosas. La igualdad en derechos de las
personas no me impide reconocer la diferencia entre unos y otras y
aprender lo mejor de las otras. Pensando en un futuro mejor para
todos pienso en mi madre y en todas las mujeres, en su excelencia
que es el cuidado y no es precisamente un legado masculino. Y al
pensar en la España vacía – no menos que en los viejos y en los
niños - pienso más en el amor y el cuidado que en las leyes y el
dinero.
Desde
el recuerdo propongo poner la esperanza a trabajar, y pienso en el
cuidado. No es un sueño, es una corazonada como flor en primavera. Y
me hago esta pregunta: ¿Por qué diantres o diablos no cuidamos de
los viejos y los niños en los pueblos en vez de concentrarlos en la
ciudades y aparcarlos en las escuelas y colegios, asilos y
residencias donde aumentan y crecen como tumores extraños del cuerpo
social? De ser así, la España vacía y sin corazón, tendría en
los pueblos su corazón lleno. Y muchos más habitantes con corazón.
Menos casas vacías y casi todas abiertas. Sin concentrar a nadie ni
concentrarse. Libres en la calle y en la propia casa. Libres al aire
libre, acompañados y en compañía. Conviviendo, no muriendo
aparcados y apartados. ¡Cuidado! Lo dicho es una flor en primavera
que promete el fruto cierto... si apostamos.
José
Bada
9-4-2019