miércoles, 24 de abril de 2019

DES-TERRAJE


LA ESPAÑA VACÍA

Ese es el tema. Pero el problema de fondo no es la despoblación del territorio; que eso pertenece a la geografía humana y a la demografía, y es asunto que compete a la ordenación del territorio. Por tanto nada que pueda resolverse con medidas meramente políticas o recursos económicos para asentar la población o fijarla sobre el territorio. Lo que pasa en la España vacía es más de lo mismo que pasa en un mundo que va sobre ruedas sin que nadie conozca el destino y hacia dónde vamos a parar. Como si la humanidad entera, hecha del mismo barro – del humus o de la tierra- estuviera en trance de despegarse de ella y se concentrara en las ciudades sobre el asfalto dispuesta a salir volando. Asistimos a un proceso de urbanización o destierro que parece imparable en todo el mundo, donde más de una sola ciudad alcanza ya una población aproximada a la que tiene España.

Pero ese no es el problema de fondo, como queda dicho. Sino el escándalo que solo nos hace hablar, cuando debería darnos más para pensar. El tema de la España vacía oculta lo que deberíamos ver y pensar con mucha más preocupación. Lo que sucede en todas partes - incluso en los pueblos que no pierden habitantes- es que los pueblos se deshacen o despueblan en otro sentido. Como pasa en el mío – es un decir, pues ya no existe- que los pierde pero menos y sin embargo ya no reconozco. Y como tantos otros con las calles vacías, y las casas sin hogar ni el viejo en su rincón que antes no podía faltar. Que se parecen tanto a los pisos de la capital, donde tampoco falta el televisor y alguien tendido en el sofá que no está en casa para nadie que venga de fuera.
Los pueblos de la España vacía se quedan sin vecinos en ejercicio aunque estén empadronados allí o tengan incluso el cuerpo sin estar para nadie. Los habitantes del lugar son “ciudadanos” ocultos o vergonzantes: quieren y no pueden vivir como los que viven ostensiblemente en las ciudades. En las ciudades los urbanitas se ven más en la calle -la gente, quiero decir- pero tampoco se encuentra personalmente ni bajan a la calle para encontrarse salvo raras excepciones.
Lo que se pierde en casi todos los pueblos aunque no pierdan habitantes es toda una forma de vida. Y eso, amigos, es el problema de fondo. La causa de la España vacía, y este el efecto que lamentamos. Para vivir como en las ciudades es preferible vivir en ellas. Porque siempre el original será mejor que la copia. Pues eso, no hace falta darle vueltas.

La cultura es una forma de vida y al servicio de la vida que llevamos . Ya sea para vivir a tope , y eso es desvivirse por otros y con otros. O para sacar de ella lo que uno pueda. La razón instrumental, técnicamente más desarrollada, va siempre a lo suyo, es más competitiva y en tal sentido más profesional. Es un saber hacer cualquier cosa. Y para eso sirven las dos manos: para coger, abarcar. trabajar, manejar, y dar golpes... Sin pillarse los dedos, claro, que puede suceder sin embargo por accidente. Y menos para abrazar y comprender, aunque también siempre que mande la buena voluntad: la otra razón, la del corazón que también las tiene y no sólo la cabeza. El corazón que es por supuesto más cordial y más entrañable, más profundo y más abierto. El motor de la vida, la fuente de donde viene el agua que canta: el silencio que ama. Y al hacer la vida - que no es cualquier cosa sino convivencia- nos hace también humanos.

Antes de deshacerse o despoblarse, en los pueblos se cuidaba más todo lo concreto: lo que nacía y crecía en el mundo de la vida, y se cultivaba la relación con los vecinos. En ese cultivo destacaba la mujer por su cuidado, del que no siempre aprendimos los hombres más diestros y siniestros en hacer cosas. La igualdad en derechos de las personas no me impide reconocer la diferencia entre unos y otras y aprender lo mejor de las otras. Pensando en un futuro mejor para todos pienso en mi madre y en todas las mujeres, en su excelencia que es el cuidado y no es precisamente un legado masculino. Y al pensar en la España vacía – no menos que en los viejos y en los niños - pienso más en el amor y el cuidado que en las leyes y el dinero.

Desde el recuerdo propongo poner la esperanza a trabajar, y pienso en el cuidado. No es un sueño, es una corazonada como flor en primavera. Y me hago esta pregunta: ¿Por qué diantres o diablos no cuidamos de los viejos y los niños en los pueblos en vez de concentrarlos en la ciudades y aparcarlos en las escuelas y colegios, asilos y residencias donde aumentan y crecen como tumores extraños del cuerpo social? De ser así, la España vacía y sin corazón, tendría en los pueblos su corazón lleno. Y muchos más habitantes con corazón. Menos casas vacías y casi todas abiertas. Sin concentrar a nadie ni concentrarse. Libres en la calle y en la propia casa. Libres al aire libre, acompañados y en compañía. Conviviendo, no muriendo aparcados y apartados. ¡Cuidado! Lo dicho es una flor en primavera que promete el fruto cierto... si apostamos.


José Bada
9-4-2019


jueves, 11 de abril de 2019

LA PALABRA NO SE TRAGA


PENSANDO EN MIS LECTORES


No es sólo la información lo que importa. Ni estar enterado de lo que hay en el mundo, lo que pasa y lo pasado para contarlo. Que eso es un tema que sale en los medios de comunicación. Ni la opinión publicada. No es la información sobre el mundo de la vida, sino la vida que llevamos. No la que se hace en general, que sigue siendo lo que pasa. Sino tu vida y la mía, la de cada persona. Que la vida es siempre personal. Y la convivencia también. Que no hay convivencia si no compartimos la vida personalmente. Ni palabra en vivo si nadie la escucha como persona.

De la vida y de la convivencia - de la palabra y la conversación- quisiera decir algo a mis lectores que me compromete como autor personalmente. Pensando en ti que me lees - gracias- y escribiendo para ti, reflexiono hoy sobre lo que hago: la escritura, y lo que espero que hagas como lector. Para eso no necesito pretexto ni preciso ocasión alguna. Tengo motivos sólo con bajar a la calle y ver un montón de libros tirados a la basura junto a otros desperdicios .

Pienso que se lee poco, que se lee mal y apenas se dialoga en este país. Sin que sea por desgracia la excepción, sino la regla establecida por el uso en un mundo consumista en el que prima la imagen, se come con los ojos y se tragan las palabras. Donde vamos por ahí tropezando sin encontrarnos, sin parar ni reparar en nada y en nadie. Sin pensar en lo que da que pensar, con más prejuicios que fronteras y oyendo sin escuchar a nadie.

El diálogo de Sócrates con sus vecinos fue desplazado por la retórica de los políticos para persuadir a los ciudadanos, la retórica por la propaganda de los clérigos para convertir a los paganos y la propaganda por la publicidad para llevarse el gato al agua -¡al océano!- del consumo en todo el mundo. Y en eso estamos. De “la caña pensante” que dijo Pascal nos queda apenas la caña en la opinión publicada : el cebo, el reclamo, el engaño para pescar. O la caña para dar caña, para pegar a diestro y siniestro. Hoy se lleva el ruido, el grito, el escándalo y la polémica de cara al público: el espectáculo. Y en absoluto la conversación serena, la palabra cabal, el diálogo responsable y el pensamiento libre. Pero siendo éste “ el principio de la moral” como dijo Blas - el de la caña- la falta de pensamiento nos lleva a la desmoralización en dos sentidos: a la falta de moral -a la amoralidad sustituida por el capricho- en la gente que se tira al monte como cabras y a un clima social dominante que desmoraliza a otros – les quita la fuerza moral, la virtud o el coraje- si es que piensan todavía a pesar de todo.

En esta situación histórica que lamento, pienso que la palabra que nadie escucha es apenas pensamiento: una parida acaso, un concepto abortado. Y que la letra que nadie lee está muerta. No en voz alta para que se oiga, oye, sino a la chita callando a veces y siempre escuchando; es decir, respondiendo y nunca tragando la letra sin decir nada. Que no se lee para repetir, sino para conversar y corresponder. Que repetir es devolver, un desprecio como tirar un libro a la basura. ¡Qué asco!
Pensar lo que se lee, lo que da que pensar es siempre responder. No con el estómago, que devuelve. Ni con los pies, que pisan pero no piensan y así no vamos a ninguna parte: nos llevan -como a Vicente- a donde va la gente. Sino con la propia cabeza. Dar por pensado lo que da que pensar es un desprecio que se paga y no enriquece a nadie. Pensar a fondo y en el fondo es también recordar, con la mente arraigada en un corazón abierto. En especial cuando no se piensa sobre algo – que eso es más bien registrar y calcular – sino en las personas y con ellas personalmente.

Abrir un libro sin abrirse, no tiene sentido. Oír sin escuchar, tampoco. El pensamiento se hace palabra cabal en el dialogo, en la conversación. Y la vida lo mismo. La palabra viva es como el pan que nos sustenta, se comparte y no se traga. Sólo así nos abrimos a lo que está por ver y por venir. Al Silencio que llama y pone en pie la pregunta que somos, la pregunta que es un saber consabido: obvio, y a la vez un saber insuficiente que busca la respuesta definitiva: la Palabra sin palabras que - de haberla - nos pondrá en casa con su presencia. Mientras tanto la vida es un camino, compañero. Una verdad en carne mortal y una experiencia en curso de verificación. Nada que ver con un experimento de laboratorio.

Ni con la razón instrumental que es una estrategia al servicio de parte, una herramienta -como hoy se dice- o el arma para alcanzar un objetivo en la guerra de todos y contra todos.

La vida y la convivencia son el camino abierto y el medio -el método, el único- para comprendernos los unos y los otros. Para abrazarnos todos nosotros, compañero.

José Bada
26-3-2019





jueves, 4 de abril de 2019

¡NUNCA MÁS!



VERSO SUELTO


La guerra ha terminado”, con estas palabras de Franco concluía el último parte de guerra emitido el 1 de abril de 1939, hace 80 años cuando yo tenía 9. De aquella guerra infame que no hicimos y padecimos los niños de mi generación y de la represión que le sobrevino con la dictadura guardé en secreto lo que nadie podía decir en público y lo que todos pudieron saber después de la Transición a la democracia, ¡en hora buena!. Pero ahora, cuando apenas hay testigos o quedan pocos, ni culpables en vida a los que interrogar -pues todos los muertos callan, sean víctimas o verdugos- a los niños de entonces nos toca poner a salvo los recuerdos que tenemos al servicio de la paz que deseamos para todos en este país. Para que nadie se desentienda de lo que nosotros, sin poderlo entender, nunca olvidaremos. Para que no se repita lo que nunca debió suceder. ¡Nunca más! Para que todos sepan - hasta los niños que van a la escuela- lo que pasó y nos pasó en este país. No para que nadie se sienta culpable, sino para que todos seamos responsables. ¡Viva España!