EDUCACIÓN PARA LA CIUDADANÍA
Acaba de cumplir noventa
años cuando esto escribo a orillas del Ebro, en Zaragoza, llegado a
casa del huerto para hacerlo aquí lo mejor que sepa y él sin duda
merece. Nació en Düsseldorf,
el 18 de junio del año 1929. Comparto algunos recuerdos, la edad,
maestros y esperanzas en curso. Y tengo sobre la mesa su obra
preferida o más conocida, al menos, en traducción castellana:
Teoría
de la acción comunicativa,
editada en dos volúmenes por Taurus Ediones S.A. en1987.No dudo en
absoluto que muchos de mis lectores saben ya a quien me refiero, pero
nunca está de sobras mencionar su nombre. Estoy hablando de
Jürgen Habermas, colaborador de Adorno en el Instituto de
Investigación Social de Frankfurt y principal representante de la
segunda generación de la llamada Teoría Crítica en Alemania.
Es
sin duda uno de los pensadores que ha contribuido más a
fundamentar racionalmente la democracia, mostrando las condiciones
que hacen posible la acción comunicativa orientada al
entendimiento en ese campo y en general en cualquier otro mediante el
diálogo. Porque los hombres se entienden hablando si quieren y , si
no, se muerden hasta matarse como animales. Peor aún, como sólo
pueden hacerlo los humanos abusando de la razón instrumental. Sea
ésta la ciencia pura y dura con la que dominamos la naturaleza, la
mentira “eficaz” que corrompe la palabra y la convivencia humana
o la estrategia que hace la guerra y no el amor. De modo que la boca
que sirve para comer y compartir el pan y la palabra - para besar
incluso- asociada a las manos sólo sabe hacer ya cosas y
deshacerlas según le peta que viene a ser lo mismo.
La
acción comunicativa orientada al entendimiento no ha lugar fuera
del mundo de la vida ni es éste en su totalidad objeto puesto en
cuestión. No es sobre ese mundo sobre el que se habla en la acción
comunicativa sino sólo en ese mundo sobre aquello que emerge como
problema para los participantes que lo habitan. Nadie puede salir del
mundo en el que vive y seguir viviendo, es como el río en que nos
mojamos y nadamos. Pero entonces, cuando llega el caso, se saca la
cabeza para seguir flotando sin salir del agua. Es entonces y en
ese mundo - en el nuestro- donde tenemos que entendernos hablando
como personas si no queremos ahogarnos como animales irracionales.
Las
condiciones de posibilidad de la acción comunicativa son todas y
sólo las necesarias para llegar a un entendimiento entre personas
responsables que se respeten. Por supuesto la libertad de pensamiento
y de expresión, la obligación de escuchar a todos, el uso correcto
de la lengua y el lenguaje, la argumentación razonada y razonable.
La atención debida. Todo lo que, por desgracia, se lleva menos en
el mercado donde solo se vende o se va de compra. También en el
mercado político, donde los políticos ofrecen lo que desean sus
clientes a cambio del voto. Y éstos, a cara tapada, piensan en lo
suyo cuando les dan el voto. El resultado no es el gobierno del
pueblo por el pueblo, sino el gobierno de los gobernantes elegidos
por su clientela. Por una mayoría, que sin duda hay que acatar, sin
que esto la haga razonable. Los demócratas acatan la mayoría, por
supuesto; pero la mayoría de los ciudadanos va a lo suyo y los
políticos también. Pero sin demócratas no hay democracia, lo
mismo que no hay iglesia si no hay fieles. Ni pueblo sin bien común,
o cosa pública: la república.
Con
los años se ha consolidado en España un régimen democrático que
lo es como cualquier otro. Y por desgracia con unos ciudadanos que
también apenas o peor educados como demócratas que en otras
naciones europeas. Eso es lo que se echa en falta. No electores, sino
demócratas practicantes. Es esa carencia - lo que queda del
franquismo como peor herencia- lo que debería preocuparnos. Hay una
fanatismo sordo en ambos extremos y una indiferencia pasota que nada
tiene que ver con la tolerancia. Una incapacidad para el diálogo y
la acción comunicativa. Y un sistema escolar que escolariza, pero
no educa. Que prepara apenas para encontrar trabajo, sin formar a los
ciudadanos como si no lo fueran. Como si no tuvieran el deber y el
derecho de participar en la política que nos concierne y compromete
a todos.
Los
atenienses llamaban “idiotas “ a cuantos ciudadanos no
participaban en la política y se dedicaban sólo a su negocio. El
tener un título y un máster o dos, no capacita a los ciudadanos
para hacer la política que España necesita. Y en eso se quedan los
jóvenes, sin trabajo muchos y demasiados “idiotas” que pasan de
los partidos. Si descontamos una escasa minoría que hacen de ella
una profesión, eso es todo. Apenas nada. Y lo poco que hay , la
profesión, puede que sea lo peor de todo.
José
Bada
20-6-2019