miércoles, 31 de julio de 2019

NO SEAMOS "IDIOTAS"




EDUCACIÓN PARA LA CIUDADANÍA 
 

Acaba de cumplir noventa años cuando esto escribo a orillas del Ebro, en Zaragoza, llegado a casa del huerto para hacerlo aquí lo mejor que sepa y él sin duda merece. Nació en Düsseldorf, el 18 de junio del año 1929. Comparto algunos recuerdos, la edad, maestros y esperanzas en curso. Y tengo sobre la mesa su obra preferida o más conocida, al menos, en traducción castellana: Teoría de la acción comunicativa, editada en dos volúmenes por Taurus Ediones S.A. en1987.No dudo en absoluto que muchos de mis lectores saben ya a quien me refiero, pero nunca está de sobras mencionar su nombre. Estoy hablando de Jürgen Habermas, colaborador de Adorno en el Instituto de Investigación Social de Frankfurt y principal representante de la segunda generación de la llamada Teoría Crítica en Alemania.


Es sin duda uno de los pensadores que ha contribuido más a fundamentar racionalmente la democracia, mostrando las condiciones que hacen posible la acción comunicativa orientada al entendimiento en ese campo y en general en cualquier otro mediante el diálogo. Porque los hombres se entienden hablando si quieren y , si no, se muerden hasta matarse como animales. Peor aún, como sólo pueden hacerlo los humanos abusando de la razón instrumental. Sea ésta la ciencia pura y dura con la que dominamos la naturaleza, la mentira “eficaz” que corrompe la palabra y la convivencia humana o la estrategia que hace la guerra y no el amor. De modo que la boca que sirve para comer y compartir el pan y la palabra - para besar incluso- asociada a las manos sólo sabe hacer ya cosas y deshacerlas según le peta que viene a ser lo mismo.
La acción comunicativa orientada al entendimiento no ha lugar fuera del mundo de la vida ni es éste en su totalidad objeto puesto en cuestión. No es sobre ese mundo sobre el que se habla en la acción comunicativa sino sólo en ese mundo sobre aquello que emerge como problema para los participantes que lo habitan. Nadie puede salir del mundo en el que vive y seguir viviendo, es como el río en que nos mojamos y nadamos. Pero entonces, cuando llega el caso, se saca la cabeza para seguir flotando sin salir del agua. Es entonces y en ese mundo - en el nuestro- donde tenemos que entendernos hablando como personas si no queremos ahogarnos como animales irracionales.

Las condiciones de posibilidad de la acción comunicativa son todas y sólo las necesarias para llegar a un entendimiento entre personas responsables que se respeten. Por supuesto la libertad de pensamiento y de expresión, la obligación de escuchar a todos, el uso correcto de la lengua y el lenguaje, la argumentación razonada y razonable. La atención debida. Todo lo que, por desgracia, se lleva menos en el mercado donde solo se vende o se va de compra. También en el mercado político, donde los políticos ofrecen lo que desean sus clientes a cambio del voto. Y éstos, a cara tapada, piensan en lo suyo cuando les dan el voto. El resultado no es el gobierno del pueblo por el pueblo, sino el gobierno de los gobernantes elegidos por su clientela. Por una mayoría, que sin duda hay que acatar, sin que esto la haga razonable. Los demócratas acatan la mayoría, por supuesto; pero la mayoría de los ciudadanos va a lo suyo y los políticos también. Pero sin demócratas no hay democracia, lo mismo que no hay iglesia si no hay fieles. Ni pueblo sin bien común, o cosa pública: la república.
Con los años se ha consolidado en España un régimen democrático que lo es como cualquier otro. Y por desgracia con unos ciudadanos que también apenas o peor educados como demócratas que en otras naciones europeas. Eso es lo que se echa en falta. No electores, sino demócratas practicantes. Es esa carencia - lo que queda del franquismo como peor herencia- lo que debería preocuparnos. Hay una fanatismo sordo en ambos extremos y una indiferencia pasota que nada tiene que ver con la tolerancia. Una incapacidad para el diálogo y la acción comunicativa. Y un sistema escolar que escolariza, pero no educa. Que prepara apenas para encontrar trabajo, sin formar a los ciudadanos como si no lo fueran. Como si no tuvieran el deber y el derecho de participar en la política que nos concierne y compromete a todos.

Los atenienses llamaban “idiotas “ a cuantos ciudadanos no participaban en la política y se dedicaban sólo a su negocio. El tener un título y un máster o dos, no capacita a los ciudadanos para hacer la política que España necesita. Y en eso se quedan los jóvenes, sin trabajo muchos y demasiados “idiotas” que pasan de los partidos. Si descontamos una escasa minoría que hacen de ella una profesión, eso es todo. Apenas nada. Y lo poco que hay , la profesión, puede que sea lo peor de todo.

José Bada
20-6-2019















SIN CERA Y FRANCAMENTE


SALVAR LAS DIFERENCIAS

A cualquiera que no tenga cera en los oídos o tapones que no le dejen oír ni prejuicios en la mente que le impidan escuchar, uno que no tenga pelos en la lengua para poder hablar puede decirle sincera y francamente en cualquier situación que las personas se entienden hablando e invitarle al diálogo para resolver un conflicto que haya surgido por lo que sea entre ambos por cualquier motivo. Una persona no es en absoluto como una cosa ahí muda y encerrada: una “res cogitans” que dijo el filósofo, ni tan siquiera una oveja cojita -lisiada o no- que bala pero no habla: un borrego, vamos. Sino un animal racional que piensa, come normalmente con su boca como los animales sin tragarse las palabras -que se escuchan- y dice lo que piensa y a veces lo que menos se piensa sin pensarlo dos veces. Por eso no se aburren, porque no comen pienso ni aburren a los demás si piensan bien lo que dicen.

Pues bien, estoy convencido -oye- de que nosotros podemos y debemos entendernos todos hablando los unos con los otros sin gritar ni mordernos como bestias. Y es por eso que lamento que el grito, la amenaza o el reclamo ahuyenten la competencia leal, crispen la conversación y nos lleven a la polémica desagradable en una sociedad donde se hacen valer como en la plaza del mercado los bulos y las bolas de cada quien. Donde se esgrime la palabra en la vida pública como un arma y se hace de la política y de los políticos - ciudadanos todos, representantes y representados incluidos- individuos que van a votar como fieles no practicantes que van a misa. Sin advertir que no hay democracia real sin demócratas, ni demócratas sin un pueblo que crea en el bien común. Que no es el bien de cada cual o de todos juntos como el pienso de los cerdos en una granja - que gruñen a la vez, sólo eso- sino como el pan que se comparte entre compañeros. Que eso es una pasada, como el amor libre y la convivencia solidaria; vamos, ¡la hostia! O la comunión, que suena mejor y sabe igual de bien. Dígase lo que se diga, el bien común no es una suma. Ni es la mayoría de los electores satisfechos quien lo representa, que esa es la clientela y lo que consumen una mercancía.

La libertad, la convivencia, la palabra y el pan que da la vida y que se se comparte, el camino que llevamos las personas y la vianda: el nosotros cada vez más amplio y sin exclusiones, la deferencia entre las personas libres y responsables, la dignidad de cada quién se salva si salvamos para todos las diferencias. El otro, lejos de ser un obstáculo, es un atajo para llegar al enteramente Orto si lo hay para todos nosotros: a la casa común. El problema -el escándalo- es entonces el fanatismo que corrompe la fe y la convierte en mera fe. En fe en la fe y, por tanto, en cualquier fe. En una fe sin duda alguna, ni Misterio o Dios que la sustente. Ni Verdad que se busque. Los fanáticos se agarran a un clavo ardiendo con tal de no caerse. Los fanáticos de acá o de Alá no se toleran, son la cara y la cruz de la misma moneda. Hay también un ateísmo sin duda alguna, que ¿cree? demasiado y es tan intolerante como cualquier otro. Pero la tolerancia no tiene que ver nada en absoluto con la indiferencia de los pasotas. Y mucho con la atención a los otros y la búsqueda con los otros de la Verdad para todos, que es muy señora. Por eso hay que salvar las diferencias y respetarlas, porque estamos en camino con un pie en tierra y otro en el aire. Y no ha lugar para quedarse en el camino. Que eso es caer en un agujero, muy bajo, o pudrirse al margen donde también uno se pudre.

30 -7-2019
José Bada




lunes, 22 de julio de 2019

SALIDA


NO HAY SALIDA SIN APERTURA

¿Qué es la vida humana? La vida va siendo, es lo que hacemos y lo que nos pasa. Es la flor que se abre y la herida que nos duele. Crece como la siembra y se pudre cuando sólo se entierra. Es una pregunta abierta, y queda en nada cuando se cierra. Es como una bandera alzada cuando tremola y como un pañuelo cuando uno piensa que la tiene ya bien guardada en su bolsillo. Nada que ver con una pregunta retórica: no es preguntar por preguntar, no es una pose, una posición y menos una propiedad privada. Es la pregunta necesaria. Es saber y no saber y, por tanto, preguntar a sabiendas: responsablemente. Es el problema que somos y nos concierne, en el que nos va la vida. La verdad de la vida es la que se busca y la pregunta su anticipo: el sentido. Si ésta es el camino, aquella es la casa. Que no hay lo uno sin lo otro; ni casa sin puerta, ni camino sin casa.
La vida es el niño que nace y la fuente que mana, es el dolor y el sudor, el paso y el peso, la esperanza y la paciencia, la carga y el encargo. El trabajo y el ocio creativo, la fiesta y el negocio. Es el otro que reclama asistencia y quien la ofrece. Es el compañero y, a veces, competidor y hasta puede que adversario. Es lo bueno y lo malo, y nada que lo sea en absoluto. Vivir humanamente es vivir aquí, en cada situación y salir adelante en este mundo mediocre donde los extremos se tocan y a veces se confunden.
Vivir humanamente es compartir el pan y la vianda, la palabra y la convivencia. Nada que pueda hacerse como individuo, como uno de tantos de la misma especie. Como animales que gruñen a la vez pero sólo cada uno por su pienso. Sino como iguales en dignidad y diferente, irrepetible, cada quien como persona en todo caso.

Vivir humanamente es vivir en camino hacia los otros y ,con los otros, al Otro de todos si lo hay para nosotros que nunca se sabe. Es creer. No saber hacer cualquier cosa, que eso es poder y lo que puede la ciencia ya se sabe; sino comprender acaso y adivinar sabiendo – probando hasta saber cómo sabe la vida. El sabor del saber, guste o no guste, es lo que importa para creer e incluso para no creer, que son la cara y la cruz de la misma moneda. Creyentes y no creyentes o ateos, ya den la cara o la espalda, toman en serio su vida. Solo los indiferentes que preguntan por preguntar están al margen de la vida - como Vicente que va donde va la gente – o de la vida que se hace siempre personalmente o se deja por hacer al margen de cualquier modo.

En una sociedad de eventos y figurantes donde se consume la historia que no se hace, donde hasta la sábana santa de Jesús se guarda como una reliquia, y donde se arría la pregunta que somos y sirve a lo más para sonarnos como un pañuelo, lo que urge es la presencia y no las representaciones que no van a ninguna parte. Es ponerse en camino, no sentar plaza y sentar el cuerpo para ver lo que se ofrece sin ir a ninguna parte.

Mantener en alto la pregunta no es volver a las andadas, a un pasado de intolerancia entre fanatismos irreconciliables que estén a matar. Es caminar hacia delante, abiertos en la pregunta y por la pegunta que somos, ampliando el horizonte, alargando la vista y con con los ojos abiertos para que se haga la luz. Sin cera en los oídos ni tapones, sin prejuicios en la mente que no dejan escuchar. Responsablemente, sinceramente. Y sin pelos en la lengua que no nos dejen hablar. Francamente y sin fronteras. Que hablando se entienden las personas. Pero no predicando, sino con los pies en tierra y la pregunta ….en el aire que respiramos. Que ese es el espíritu que sopla dondequiera y que buena falta nos hace.

José Rada
16-7-2019