SALVAR LAS DIFERENCIAS
A cualquiera que
no tenga cera en los oídos o tapones que no le dejen oír ni
prejuicios en la mente que le impidan escuchar, uno que no tenga
pelos en la lengua para poder hablar puede decirle sincera y
francamente en cualquier situación que las personas se entienden
hablando e invitarle al diálogo para resolver un conflicto que haya
surgido por lo que sea entre ambos por cualquier motivo. Una persona
no es en absoluto como una cosa ahí muda y encerrada: una “res
cogitans” que dijo el filósofo, ni tan siquiera una oveja cojita
-lisiada o no- que bala pero no habla: un borrego, vamos. Sino un
animal racional que piensa, come normalmente con su boca como los
animales sin tragarse las palabras -que se escuchan- y dice lo que
piensa y a veces lo que menos se piensa sin pensarlo dos veces. Por
eso no se aburren, porque no comen pienso ni aburren a los demás
si piensan bien lo que dicen.
Pues bien, estoy
convencido -oye- de que nosotros podemos y debemos entendernos todos hablando los unos con los
otros sin gritar ni mordernos como bestias. Y es por eso que lamento
que el grito, la amenaza o el reclamo ahuyenten la competencia leal,
crispen la conversación y nos lleven a la polémica desagradable en
una sociedad donde se hacen valer como en la plaza del mercado los
bulos y las bolas de cada quien. Donde se esgrime la palabra en la
vida pública como un arma y se hace de la política y de los
políticos - ciudadanos todos, representantes y representados
incluidos- individuos que van a votar como fieles no practicantes
que van a misa. Sin advertir que no hay democracia real sin
demócratas, ni demócratas sin un pueblo que crea en el bien común.
Que no es el bien de cada cual o de todos juntos como el pienso de
los cerdos en una granja - que gruñen a la vez, sólo eso- sino
como el pan que se comparte entre compañeros. Que eso es una pasada,
como el amor libre y la convivencia solidaria; vamos, ¡la hostia!
O la comunión, que suena mejor y sabe igual de bien. Dígase lo que
se diga, el bien común no es una suma. Ni es la mayoría de los
electores satisfechos quien lo representa, que esa es la clientela y
lo que consumen una mercancía.
La libertad, la
convivencia, la palabra y el pan que da la vida y que se se comparte,
el camino que llevamos las personas y la vianda: el nosotros cada vez
más amplio y sin exclusiones, la deferencia entre las personas
libres y responsables, la dignidad de cada quién se salva si
salvamos para todos las diferencias. El otro, lejos de ser un
obstáculo, es un atajo para llegar al enteramente Orto si lo hay
para todos nosotros: a la casa común. El problema -el escándalo- es
entonces el fanatismo que corrompe la fe y la convierte en mera fe.
En fe en la fe y, por tanto, en cualquier fe. En una fe sin duda
alguna, ni Misterio o Dios que la sustente. Ni Verdad que se busque.
Los fanáticos se agarran a un clavo ardiendo con tal de no caerse.
Los fanáticos de acá o de Alá no se toleran, son la cara y la
cruz de la misma moneda. Hay también un ateísmo sin duda alguna,
que ¿cree? demasiado y es tan intolerante como cualquier otro.
Pero la tolerancia no tiene que ver nada en absoluto con la
indiferencia de los pasotas. Y mucho con la atención a los otros y
la búsqueda con los otros de la Verdad para todos, que es muy
señora. Por eso hay que salvar las diferencias y respetarlas, porque
estamos en camino con un pie en tierra y otro en el aire. Y no ha
lugar para quedarse en el camino. Que eso es caer en un agujero, muy
bajo, o pudrirse al margen donde también uno se pudre.
30 -7-2019
José Bada
No hay comentarios:
Publicar un comentario