miércoles, 31 de julio de 2019

SIN CERA Y FRANCAMENTE


SALVAR LAS DIFERENCIAS

A cualquiera que no tenga cera en los oídos o tapones que no le dejen oír ni prejuicios en la mente que le impidan escuchar, uno que no tenga pelos en la lengua para poder hablar puede decirle sincera y francamente en cualquier situación que las personas se entienden hablando e invitarle al diálogo para resolver un conflicto que haya surgido por lo que sea entre ambos por cualquier motivo. Una persona no es en absoluto como una cosa ahí muda y encerrada: una “res cogitans” que dijo el filósofo, ni tan siquiera una oveja cojita -lisiada o no- que bala pero no habla: un borrego, vamos. Sino un animal racional que piensa, come normalmente con su boca como los animales sin tragarse las palabras -que se escuchan- y dice lo que piensa y a veces lo que menos se piensa sin pensarlo dos veces. Por eso no se aburren, porque no comen pienso ni aburren a los demás si piensan bien lo que dicen.

Pues bien, estoy convencido -oye- de que nosotros podemos y debemos entendernos todos hablando los unos con los otros sin gritar ni mordernos como bestias. Y es por eso que lamento que el grito, la amenaza o el reclamo ahuyenten la competencia leal, crispen la conversación y nos lleven a la polémica desagradable en una sociedad donde se hacen valer como en la plaza del mercado los bulos y las bolas de cada quien. Donde se esgrime la palabra en la vida pública como un arma y se hace de la política y de los políticos - ciudadanos todos, representantes y representados incluidos- individuos que van a votar como fieles no practicantes que van a misa. Sin advertir que no hay democracia real sin demócratas, ni demócratas sin un pueblo que crea en el bien común. Que no es el bien de cada cual o de todos juntos como el pienso de los cerdos en una granja - que gruñen a la vez, sólo eso- sino como el pan que se comparte entre compañeros. Que eso es una pasada, como el amor libre y la convivencia solidaria; vamos, ¡la hostia! O la comunión, que suena mejor y sabe igual de bien. Dígase lo que se diga, el bien común no es una suma. Ni es la mayoría de los electores satisfechos quien lo representa, que esa es la clientela y lo que consumen una mercancía.

La libertad, la convivencia, la palabra y el pan que da la vida y que se se comparte, el camino que llevamos las personas y la vianda: el nosotros cada vez más amplio y sin exclusiones, la deferencia entre las personas libres y responsables, la dignidad de cada quién se salva si salvamos para todos las diferencias. El otro, lejos de ser un obstáculo, es un atajo para llegar al enteramente Orto si lo hay para todos nosotros: a la casa común. El problema -el escándalo- es entonces el fanatismo que corrompe la fe y la convierte en mera fe. En fe en la fe y, por tanto, en cualquier fe. En una fe sin duda alguna, ni Misterio o Dios que la sustente. Ni Verdad que se busque. Los fanáticos se agarran a un clavo ardiendo con tal de no caerse. Los fanáticos de acá o de Alá no se toleran, son la cara y la cruz de la misma moneda. Hay también un ateísmo sin duda alguna, que ¿cree? demasiado y es tan intolerante como cualquier otro. Pero la tolerancia no tiene que ver nada en absoluto con la indiferencia de los pasotas. Y mucho con la atención a los otros y la búsqueda con los otros de la Verdad para todos, que es muy señora. Por eso hay que salvar las diferencias y respetarlas, porque estamos en camino con un pie en tierra y otro en el aire. Y no ha lugar para quedarse en el camino. Que eso es caer en un agujero, muy bajo, o pudrirse al margen donde también uno se pudre.

30 -7-2019
José Bada




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