miércoles, 18 de septiembre de 2019

Bien común


EL BIEN COMÚN

Son exactamente las cuatro y seis minutos de la mañana cuando esto escribo hoy, tres de septiembre del año en curso. Estoy despierto, he tenido un sueño y no puedo dormir. Es una utopía, no ha sucedido aún en ninguna parte que yo sepa. !Aunque vete a saber! Lo que nunca ha pasado según se dice, puede acontecer el día menos pensado en algún lugar. Jesús de Nazaret nació en Belén,¡quien lo iba a decir! Lo dice el Evangelio, la Buena Noticia para los creyentes.

El caso es que ahora mismo estoy despierto. Hace unos minutos, a las cuatro en punto, cuando aún estaba en la cama he oído en sueños que otros cantaban en la calle una canción extraña. “Todo se puede todavía”, eso me pareció escuchar. Y yo me he levantado -eso es cierto- de un salto para poner por escrito la ocurrencia: “Vaya, vaya, ocho que cantan y ocho que aún ven”. Escrito lo cual, vuelvo a mi habitación aunque me temo que ya no pueda dormir.
He dormido no obstante y a las ocho y media -mal-dormido- sigo con el tema resonando en mis oídos la misma canción. Hay sueños de la noche que tenemos mientras dormimos profundamente y otros que nos despiertan y no nos dejan dormir. Los de la noche pasan y eso es todo, y los otros que nos despiertan para vivir no nos dejan dormir. Esos , los del día, nos dicen lo que puede ser todavía. Si queremos y lo vemos, claro. Se refieren a los hechos que hacen historia, no a los “eventos” que no te puedes perder sino a los hechos que debemos hacer. No a lo que hace -por supuesto, naturalmente- la naturaleza que cumple a su tiempo como dice el refrán: “...y los nabos en dviento”.
Vivir desde la libertad y para la libertad responsable es la vida humana, que la otra es el capricho o la libertad de las cabras que van a su bola o a su pienso. Vivir desde la libertad humana es vivir para los otros y con los otros, entre los otros y entrelazados -solidarios- en el mundo que hacemos día a día apenas despertamos y abrimos los ojos.

La historia buena o mala la hacemos los hombres, echar la culpa al diablo cuando es mala no tiene sentido. Y dar gracias a Dios porque es buena es olvidar que Dios, si la hace es porque también se hace hombre para hacerla con nosotros y para nosotros. Eso es lo que creen los cristianos. Los que siguen al Cristo, a quien dijo que Dios, su Padre, le había abandonado. En cualquier caso la historia es humana o no lo es en absoluto. Y para hacerla es menester ver con los ojos abiertos y los pies en tierra. O mejor, con un pie en tierra y otro en el aire. Que si bien todo es posible todavía, nunca se sabe a ciencia cierta lo que será. El sentido del camino se presiente acaso y se adivina al caminar, al hacer el camino hacia delante sin estar plantado o a verlas venir. O en un presente sin pasado ni futuro, en la “eternidad efímera” que dice M.Castells.
Ver con buenos ojos es celebrar que todo es posible todavía. Actuar desde la libertad con determinación es realizar lo que es posible. Actuar responsablemente: ante los otros y para todos los otros, a corazón abierto y mano tendida es hacer lo mejor que se puede hacer. Es realizar el mejor de los sueños, la utopía que no es aún en ningún lugar: el bien común, que no es lo que todos desean pero cada uno sólo para sí. Sino el bien común que no es y puede ser todavía para todos. Que así sea.










Familiaridad


FAMILIARIDAD

Tengo muchos años, soy un viejo viudo y no he tenido hijos. No puedo decir - sería injusto- que el diablo me ha dado sobrinos como asegura el refrán. Pero conozco a más de uno en mi situción que sí los tiene, no digo ya sobrinos sino hijos e hijas que pasan de sus padres por desgracia y los van dejando caer en el agujero de una soledad sin puertas ni ventanas que es un infierno y nada tiene que ver con el descanso eterno merecido después de criar a sus nietos.
Muchos son los que tenemos la impresión de que los vínculos sociales en esta sociedad - y , por tanto, los familiares- se relajan y se rompen incluso a la par que nos enredamos como nudos cerrados o meros contactos virtualmente. Los fastos y nefastos de la familia,aniversarios y cumpleaños incluidos, ocasión antaño para reunirse chicos y grandes de todas las edades ya no compiten con los eventos de no te lo pierdas y cada cual va a su bola con los suyos que son los otros y ninguno de nosotros o de la misma familia. Como si la opinión de algunos que dice el refrán: “parientes y trastos viejos pocos y lejos”, fuera ya la consigna. Y lo mejor para cualquiera- lejos de ser una maldición- desearle al compañero de antes - familiares incluidos- que“con su pan se lo coma”.

La familiaridad, la convivencia, la confianza y la ayuda mutua entre todos los miembros de la gran familia, ancianos y niños, jóvenes y adultos, la nuera incluida y hasta los vecinos y amigos de nuestros amigos, ha dejado de ser lo que era y apenas son conocidos o contactos los que fueron antes naturalmente familiares. Y así no vamos a ninguna parte: no a casa, no como seres humanos. No hacia un nosotros cada vez más amplio sin excluir a nadie en el que quepamos todos y todas.

La familiaridad y buena compañía es por sí misma la excelencia de la vida , una pasada. Hace unos días estaba sentado en mi huerto después de darme un baño en la piscina, leyendo un libro debajo de la higuera, con los pies en tierra donde crecía la hierba como los árboles en silencio. Cantaban los pájaros, supongo, aunque no lo recuerdo pero seguro como lo es que entonces lucía el sol a mediodía. “Ser y tiempo” era el libro. Y fue entonces cuando sentí cosquillas en mi pierna derecha, cerré el libro, abrí los ojos en realidad de verdad y apareció ésta de cuerpo presente con una flor en la mano o espiga – puede que fuera una espiga, pues me picaba- que me decía: “Yayo,yayo, mira”. Era Estrella, que ese es su nombre. Y con ella, con su palabra, dejé en silencio a Heidegger y me puse a hablar con mi sobrina biznieta y a mirar lo que me enseñaba.

Fue una experiencia inolvidable. El colmo y la gracia que rebasa la experiencia de un viejo. Algo que deseo compartir con todos mis amigos y mis lectores, un saber que sabe mejor que todo lo que sé y que ofrezco a todos para que aprueben y prueben lo mismo en su vida. Que no ha de faltarles ocasión , que niños y niñas los hay para los viejos y viejas con tal de que sepan serlo y comportarse como yayos y yayas sin espantar a las criaturas como si fueran moscas.

Hace tiempo, dos o tres años, estando sentado en el parque que tengo cerca de casa haciendo la bicicleta, se me acercó una mocosa de unos cuatro años que quería hacer lo mismo y me preguntó -¡oye! - si yo no iba a la escuela. Y sin esperar respuesta me dijo jubilosa: “¡Yo hoy no voy a la escuela!”, que era por supuesto lo que quería decir a un viejo para que se enterara todo el mundo.
La familiaridad espontánea de los más pequeños, de los niños y las niñas inocentes, es un tesoro y un regalo para los viejos. En ese encuentro de los extremos anida hoy el futuro de toda la humanidad.

José Bada
20-8-2019