El PESEBRE
El Ayuntamiento de
Barcelona “ha montado un belén”, instalando un pesebre en la
plaza de Sant Jaume sin la presencia visible de las figuras del
Nacimiento. Al sugerir apenas la presencia del Niño, la Virgen y
San José en unas sillas vacías, se hace más notable su ausencia.
Y sin la mula y el buey, lo que queda a la vista no es un pesebre
sino una mesa dispuesta para los invitados. Por otra parte sin
ángeles ni pastores el anuncio está cantado: no es la paz en la
tierra a los hombres de buena voluntad y la gloria a Dios en las
alturas. Es acaso el buen rollo en casa y entre los comensales lo
que se desea. ¿Y qué decir del “caganer”? Pues eso, que se
nota su presencia en el deje de la obra o en lo que deja el
personaje. Más que un belén laico como se ha dicho -habría que
verlo, yo hablo sólo de oídas- me parece una alternativa laicista
para celebrar un evento de “no te lo pierdas”.
Sea lo que fuere, el
belén ya está montado. Y con eso y por eso el escándalo, la
polémica y el grito. Pero me temo que apenas la reflexión y la
palabra compartida que es el diálogo. Como si la boca que sirve
para callar y también para hablar, sirviera solo para comer y a
veces para morder. Dejando lo segundo y lo tercero que sería gritar,
prefiero pensar en silencio y decir lo que pienso a propósito del
caso. Hay quienes han calificado de un “bodrio” el dichoso
belén y se han despachado así – despreciando la “sopa boba”-
de la ocurrencia de Ada Colau. “Desde la Iglesia – ha
respondido el Arzobispado de Barcelona - somos
partidarios de hacer belenes que puedan ser disfrutados y entendidos
por todos, especialmente por los más pequeños. Es el caso del
pesebre que se puede visitar en el claustro de la catedral, a 200
metros de la plaza de Sant Jaume". Otros han valorado que se
recupere con iniciativas semejantes la celebración pagana de los
solsticios de invierno. Por mi parte confieso que me interesa más
la historia que los ciclos de la naturaleza. Y más el mundo que
hacemos y la vida que llevamos que las estaciones del año.
La anécdota de ese
pesebre nos remite al contexto de un mundo que fue cristiano y que
lo es cada vez menos. A un pueblo que hizo la historia y ahora la
consume, que toca el bombo de Pascuas a Ramos cuando le conviene.
Con santos o sin ellos, ¡qué más da! Lo mismo en una procesión
que en una manifestación, a pedir de boca de los turistas y para
los turistas, en la plaza o en la iglesia, o como los hinchas en el
campo de fútbol. Porque importa sólo el recurso: lo que se cotiza
y vende, lo que se consume.
Y lo mismo en Navidad.
No es el Niño. Son los niños, la familia, los amigos, la comida de
empresa, las luces en las calles, el árbol y los regalos, la cesta,
la campaña, las rebajas, el Papá Noel y los Reyes Magos al
servicio del mercado igual que los padres que suelen ser los paganos
que más pagan. Ese es el tema del que se habla. Y el problema que se
padece es el consumo que las mata callando y consume a los
consumidores. Ya no es la tradición en la que se vive y a la que se
da vida, es la tradición consumida y sacrificada al consumo de
todo lo que se ofrece. El consumismo es un derivado de la religión
malentendida, un rito o rutina que calma como el opio a los
individuos y satisface de momento el hambre individual. Un paliativo
de la angustia que padecemos. La propaganda de la fe ha sido
desplazada por la publicidad, y el pan bendito sustituido por los
productos que se expenden en las catedrales del consumo donde no
falta nada para el cliente que pueda pagarlo.
En este belén o
pesebre que se monta en nuestro mundo con el mercado no hay
pastores que den su vida por las ovejas. Lo que hay son
“ganaderos”, como en las granjas . Y ovejas, muchas ovejas que
engordan sin conocimiento. Que balan a la vez por su cuenta y calla
cada una cuando le echan pienso. Sin compartir, sin participar:
cada oveja a lo suyo. Sin compasión. Sin nada que las una salvo el
hambre, que no el pan. Sin comulgar. Que no es el consumismo una
religión para convivir sino para comer y engordar. La comunión de
la comunidad, que persiste en compañía y es compatible con el
silencio, ha sido desplazada ya por la comunicación permanente entre
contactos y encuentros eventuales. El pecado de esta religión
perversa es la causa de la “obesidad mórbida” en la que uno
cae por su propio peso y se hunde solo en la miseria.
¡Felices pascuas y buen
provecho, compañeros! Es lo que para todos como para mí deseo. Sin
ironía y con mucha añoranza.
José Bada 20-12-2018