miércoles, 28 de noviembre de 2018

EXHUMACIÓN DE FRANCCO



La inhumación  posible

El que fue no es un problema. Lo es acaso lo que queda de él: su reliquia, y más aún sus devotos. Eso es lo que pienso pensando en Franco. Me temo que la familia - los parientes que le quedan vivos- compartan su devoción con otros fieles. Pero no tantos como para convertirse el culto a Franco, el Caudillo que fue, en un serio problema que sea hoy para el Estado prácticamente insoluble. La inhumación de sus restos ha pasado a ser en la situación actual un asunto privado. Mientras que la exhumación de su cadaver, siendo como es todavía un problema de orden público, no pasa de ser un problema menor para el Gobierno de una democracia establecida. Le bastaría con devolver a la familia lo que es suyo, y hacer invisible para la sociedad lo que sería un escándalo de cuerpo presente en espacios públicos. Ni el Estado ni la Iglesia pueden permitirse un culto a Franco. Para el Estado sería una traición manifiesta y , una profanación intolerable de lo sagrado, si lo permitiera la Iglesia en un templo. Solo con los suyos,en casa, estaría en su sitio sin molestar a nadie.


jueves, 8 de noviembre de 2018

TRANSICIÓN


        
TRANSICIÓN PERMANENTE

         A diferencia de las cosas que están ahí  en el espacio o que duran más o menos hasta desaparecer sin hacer nada, las plantas  crecen con el tiempo  en su lugar y los animales se mueven por su territorio en busca de alimento y de pareja para reproducirse. Los humanos, en cambio,  vamos y más que estar transitamos; es decir, existimos.  No ha lugar para nosotros en la naturaleza ni reserva natural  que nos acoja, no estamos en sus brazos sino más bien la naturaleza en nuestras manos. Y en cierto modo no somos, por tanto, animales ecológicos.  Vivimos en el tiempo, no en el tiempo que hace y se repite  sino en la historia que no vuelve: en la que hacemos.   Celebrar la Transición en España debería ser  acordarse  de ella y poner su recuerdo al servicio del futuro: lo malo, para no volver a las andadas, y lo bueno -que lo hubo-  para seguir en buen camino. Que la esperanza sueña si no trabaja y el recuerdo es nostalgia si no la despierta. Existir es lo que importa: salir, abrirse, caminar hacia delante. No a salto de mata, sino con un pie en tierra y otro en el aire: paso a paso, con determinación.  
         La existencia no es un producto, una consecuencia, ni la historia el camino de la era que no va a ninguna parte. No es una insistencia, una repetición. Es un principio:   “No nacemos para acabar sino para comenzar”  (Hanna Arendt).  No vale la pena celebrar  la Transición ni representar su historia   en un escenario  para  disfrutarla como un evento. ¿Qué se han creído los figurantes? ¿Y los representantes políticos...?  La  transición verdadera no es lo que fue: un hecho que paso, un acontecimiento histórico que celebramos, un tema  acaso:  ¡ es el problema!  En eso estamos; es decir, en seguir  la transición que recordamos en la parte que nos toca por hacer. 
         La historia, como la vida misma, no es un experimento de laboratorio que cualquiera puede repetir si le apetece, ya sea Newton o un hortelano quien tire la manzana.  La historia - como la vida-  es una experiencia irrepetible y abierta que solo se cierra  por detrás, como el camino que se abre en cada situación  y el tiempo hacia delante hasta que todo pasa. Solo entonces, si hay cosecha -y tú que lo veas,compañero- habrá respuesta  y una casa para  nosotros. Mientras tanto lo único que sacamos del camino recorrido  -  ( de  “ex-per-ire”  o “de-ir-por”  el camino,  en castellano) es la experiencia y la moral  -el coraje-  para seguir transitando.
         Más de una vez se ha hablado de una “Segunda Transición”. Como si agotada la primera, hubiera que emprender otra.  Lo entendería si con ello solo se quisiera decir que necesitamos otra constitución que la vigente. Pero eso es confundir la letra con el espíritu  y el tocino con la velocidad.  Pues  el problema no es la letra de la constitución  sino su interpretación en la práctica por los ciudadanos, por los partidos que la trajeron sin dejarla entrar después en su casa y por la sociedad real en su conjunto. El problema no es la letra sino la música; es decir, tal como suena a quienes la oyen y la escuchan como quien oye llover en vez de entrar  en el baile como pueblo soberano. Todos. En la plaza y en casa, en público y en conciencia. 

         En aquel tiempo, cuando comenzó la transición a la democracia en España, se   produjo un trasvase de militantes cristianos en los cuadros de la Iglesia a los partidos  y sindicatos de la izquierda. En Aragón se llegó al 66 % de los candidatos presentados en las candidaturas de izquierda en las elecciones generales constituyentes. Estos militantes aportaron una a ética y una moral que hoy echamos en falta. ¿Qué ha pasado? 

         El único método civilizado para resolver los conflictos y vivir en paz es la democracia: el respeto a los derechos del hombre y del ciudadano, la libre y pública discusión de los asuntos públicos, el recurso al voto universal y secreto y el acatamiento de la voluntad mayoritaria. Lo demás es violencia. Tenemos ya una constitución democrática, pero no basta. Nos hace falta el talante democrático y  más demócratas practicantes vengan de  donde vengan. A la Iglesia ya no le sobran, necesita también una reforma permanente y más fraternidad que es la perfección. Y lo que sobra en los partidos políticos por desgracia son también precisamente “profesionales”  partidistas que los ocupan, mientras los militantes que no practican les abandonan como los fieles no practicantes que vacían las iglesias.

         En  este país, por no decir en todo  el mundo,  lo que se necesita  es una transición permanente: una humanidad despegada que nos haga humanos, que nos acerque los unos a los otros hasta llegar a casa si la hay para nosotros.  Todo lo demás te lo puedes echar a la espalda. 

José Bada
4-11-18










        

viernes, 2 de noviembre de 2018

Movimiento e institución


CRISIS DE LAS INSTITUCIONES

            Las instituciones del Estado: parlamento, gobierno, tribunales, ejército, escuelas nacionales y universidades públicas, cárceles y sistema penitenciario en general, así como la monarquía -ente otras- son públicas    en sentido estricto.  Mientras que la banca o la Iglesia son privadas, pero  no menos aparentes ni más transparentes que las del Estado. Todas las instituciones pertenecen a este mundo y éste es el conjunto de las instituciones establecidas. La costumbre es también una institución que domina en su propio ámbito, lo mismo que la ideología o el pensamiento establecido respectivamente en el suyo. El llamado pensamiento único es una institución no menos poderosa que el orden mundial establecido.

            Cada institución entra en oposición dialéctica con el movimiento o la madre que la alumbró. La mejor intención y el mejor concepto entra en la historia cuando nace, cuando toma cuerpo y se establece como institución. Es como el agua que viene de la fuente y el cauce que la lleva. Preguntar qué es primero si el agua que se abre paso o el cauce que la recoge es  como preguntar si es primero el huevo o la gallina. De todos modos no hay río sin agua ni cauce que la recoja, ni tradición que no discurra y se interprete constantemente en la historia. Así es la vida humana en cuerpo presente, aquí y ahora, y el espíritu sin cuerpo solo un fantasma. No hay más cera que la que arde, ni llama que no prenda en el cirio. Pero no es lo mismo el poder establecido, el cirio, que la luz que trasciende y a todos ilumina sin obligar a nadie. Y si el cauce es la institución, nada impide que una avenida lo desborde y lo  modifique. También es cierto, por otra parte, que hay que mojarse en las instituciones para participar de la experiencia que por ellas y en ellas ha entrado en la historia. A no ser que el río baje seco.

            Una institución vacía, sin el espíritu que la fundó, es como un río sin agua y un inmueble deshabitado: presa fácil de todos los demonios, que la "okupan" y no la cuidan, o de los buitres que engordan con la carroña.  Entrar en ellas para matarlas es todavía peor. Cuando se trata de instituciones públicas, que son del pueblo soberano, eso es la madre del cordero y éste la corrupción: un golpe de Estado contra la democracia. Y cuando son privadas una estafa, como los bancos que venden humo y las iglesias que predican y no dan trigo.

            La crisis "inmobiliaria" de las instituciones ocupadas, sostenidas solo por el peso de la costumbre, el engaño de los clientes, el poder de las ideologías, el pensamiento único, o el abuso de la clase política, tiene su réplica en la crisis financiera y ésta a su vez en la crisis moral de una sociedad a la intemperie, sin la cobertura del Estado, reducida al estado secular -degradada- y desencantada de lo divino y humano, desinflada de las utopías y desorientada bajo un cielo sin estrellas y privada de un sol de justicia que salga para todos.

            El mundo mundial es una burbuja que ha pinchado y un sistema que hace agua. El proyecto occidental de construir el bienestar de los supervivientes dejando en la cuneta a las víctimas del progreso, nos ha llevado a un callejón sin salida: a una crisis de la que no saldremos sin apearnos de ese tren y andar despacio porque tenemos prisa. Sin parar ese tren y reparar en las víctimas, pues tenemos una deuda pendiente y "para eso hemos sido esperados sobre la tierra"  (W. Benjamin), para hacerles justicia. Acordarse de lo que nunca debió pasar, esa cordura, consiste en hacer lo posible para que Auschwitz no se repita. La racionalidad de "cada uno a lo suyo y tonto el último", o "del muerto al hoyo y el vivo al bollo", es volver a las andadas. Una estupidez y una indecencia.

             La Iglesia es una de las instituciones más antiguas y más grandes del mundo. Los papas pasan, la Iglesia sigue y lo que ya no se sabe es qué pasa con la fe cristiana, que no es la fe de la Iglesia sino la fe de los cristianos. Las instituciones no creen. Si hemos de creer a Francisco, si creemos que el Papa cree, y nada hay de momento que demuestre lo contrario, esa fe que se apea de la silla gestatoria puede llegar hasta los marginados y las víctimas que quedaron en la cuneta. La crisis de las instituciones fue el tema del III Foro de la AWD al que he asistido recientemente. Pero el problema que sigue, por mucho que digamos, está delante de todos nosotros. Y lo que importa es comenzar. No obstante, si algo comienza en este mundo, aunque sea solo la fe de un hombre mortal, hay que celebrarlo. Todos morimos, pero algunos se desviven por otros: estos son los que comienzan. Y no es lo mismo comenzar como Mandela que acabar como un pobre hombre al que mejor le hubiera sido no haber nacido.


José Bada, 5.12.2013.