TRANSICIÓN PERMANENTE
A
diferencia de las cosas que están ahí en
el espacio o que duran más o menos hasta desaparecer sin hacer nada, las
plantas crecen con el tiempo en su lugar y los animales se mueven por su
territorio en busca de alimento y de pareja para reproducirse. Los humanos, en
cambio, vamos y más que estar
transitamos; es decir, existimos. No ha
lugar para nosotros en la naturaleza ni reserva natural que nos acoja, no estamos en sus brazos sino
más bien la naturaleza en nuestras manos. Y en cierto modo no somos, por tanto,
animales ecológicos. Vivimos en el
tiempo, no en el tiempo que hace y se repite
sino en la historia que no vuelve: en la que hacemos. Celebrar la Transición en España debería
ser acordarse de ella y poner su recuerdo al servicio del
futuro: lo malo, para no volver a las andadas, y lo bueno -que lo hubo- para seguir en buen camino. Que la esperanza
sueña si no trabaja y el recuerdo es nostalgia si no la despierta. Existir es
lo que importa: salir, abrirse, caminar hacia delante. No a salto de mata, sino
con un pie en tierra y otro en el aire: paso a paso, con determinación.
La
existencia no es un producto, una consecuencia, ni la historia el camino de la
era que no va a ninguna parte. No es una insistencia, una repetición. Es un
principio: “No nacemos para acabar sino
para comenzar” (Hanna Arendt). No vale la pena celebrar la Transición ni representar su historia en un escenario para
disfrutarla como un evento. ¿Qué se han creído los figurantes? ¿Y los
representantes políticos...? La transición verdadera no es lo que fue: un
hecho que paso, un acontecimiento histórico que celebramos, un tema acaso:
¡ es el problema! En eso estamos;
es decir, en seguir la transición que
recordamos en la parte que nos toca por hacer.
La historia, como la vida misma, no es
un experimento de laboratorio que cualquiera puede repetir si le apetece, ya
sea Newton o un hortelano quien tire la manzana. La historia - como la vida- es una experiencia irrepetible y abierta que
solo se cierra por detrás, como el
camino que se abre en cada situación y
el tiempo hacia delante hasta que todo pasa. Solo entonces, si hay cosecha -y
tú que lo veas,compañero- habrá respuesta
y una casa para nosotros. Mientras
tanto lo único que sacamos del camino recorrido
- ( de “ex-per-ire”
o “de-ir-por” el camino, en castellano) es la experiencia y la
moral -el coraje- para seguir transitando.
Más
de una vez se ha hablado de una “Segunda Transición”. Como si agotada la
primera, hubiera que emprender otra. Lo
entendería si con ello solo se quisiera decir que necesitamos otra constitución
que la vigente. Pero eso es confundir la letra con el espíritu y el tocino con la velocidad. Pues
el problema no es la letra de la constitución sino su interpretación en la práctica por los
ciudadanos, por los partidos que la trajeron sin dejarla entrar después en su
casa y por la sociedad real en su conjunto. El problema no es la letra sino la
música; es decir, tal como suena a quienes la oyen y la escuchan como quien oye
llover en vez de entrar en el baile como
pueblo soberano. Todos. En la plaza y en casa, en público y en conciencia.
En aquel tiempo, cuando
comenzó la transición a la democracia en España, se produjo un trasvase de militantes cristianos
en los cuadros de la Iglesia a los partidos
y sindicatos de la izquierda. En Aragón se llegó al 66 % de los
candidatos presentados en las candidaturas de izquierda en las elecciones
generales constituyentes. Estos militantes aportaron una a ética y una moral
que hoy echamos en falta. ¿Qué ha pasado?
El único método civilizado
para resolver los conflictos y vivir en paz es la democracia: el respeto a los
derechos del hombre y del ciudadano, la libre y pública discusión de los
asuntos públicos, el recurso al voto universal y secreto y el acatamiento de la
voluntad mayoritaria. Lo demás es violencia. Tenemos ya una constitución
democrática, pero no basta. Nos hace falta el talante democrático y más demócratas practicantes vengan de donde vengan. A la Iglesia ya no le sobran,
necesita también una reforma permanente y más fraternidad que es la perfección.
Y lo que sobra en los partidos políticos por desgracia son también precisamente
“profesionales” partidistas que los
ocupan, mientras los militantes que no practican les abandonan como los fieles
no practicantes que vacían las iglesias.
En este país, por no decir en todo el mundo,
lo que se necesita es una
transición permanente: una humanidad despegada que nos haga humanos, que nos
acerque los unos a los otros hasta llegar a casa si la hay para nosotros. Todo lo demás te lo puedes echar a la
espalda.
José Bada
4-11-18
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