viernes, 2 de noviembre de 2018

Movimiento e institución


CRISIS DE LAS INSTITUCIONES

            Las instituciones del Estado: parlamento, gobierno, tribunales, ejército, escuelas nacionales y universidades públicas, cárceles y sistema penitenciario en general, así como la monarquía -ente otras- son públicas    en sentido estricto.  Mientras que la banca o la Iglesia son privadas, pero  no menos aparentes ni más transparentes que las del Estado. Todas las instituciones pertenecen a este mundo y éste es el conjunto de las instituciones establecidas. La costumbre es también una institución que domina en su propio ámbito, lo mismo que la ideología o el pensamiento establecido respectivamente en el suyo. El llamado pensamiento único es una institución no menos poderosa que el orden mundial establecido.

            Cada institución entra en oposición dialéctica con el movimiento o la madre que la alumbró. La mejor intención y el mejor concepto entra en la historia cuando nace, cuando toma cuerpo y se establece como institución. Es como el agua que viene de la fuente y el cauce que la lleva. Preguntar qué es primero si el agua que se abre paso o el cauce que la recoge es  como preguntar si es primero el huevo o la gallina. De todos modos no hay río sin agua ni cauce que la recoja, ni tradición que no discurra y se interprete constantemente en la historia. Así es la vida humana en cuerpo presente, aquí y ahora, y el espíritu sin cuerpo solo un fantasma. No hay más cera que la que arde, ni llama que no prenda en el cirio. Pero no es lo mismo el poder establecido, el cirio, que la luz que trasciende y a todos ilumina sin obligar a nadie. Y si el cauce es la institución, nada impide que una avenida lo desborde y lo  modifique. También es cierto, por otra parte, que hay que mojarse en las instituciones para participar de la experiencia que por ellas y en ellas ha entrado en la historia. A no ser que el río baje seco.

            Una institución vacía, sin el espíritu que la fundó, es como un río sin agua y un inmueble deshabitado: presa fácil de todos los demonios, que la "okupan" y no la cuidan, o de los buitres que engordan con la carroña.  Entrar en ellas para matarlas es todavía peor. Cuando se trata de instituciones públicas, que son del pueblo soberano, eso es la madre del cordero y éste la corrupción: un golpe de Estado contra la democracia. Y cuando son privadas una estafa, como los bancos que venden humo y las iglesias que predican y no dan trigo.

            La crisis "inmobiliaria" de las instituciones ocupadas, sostenidas solo por el peso de la costumbre, el engaño de los clientes, el poder de las ideologías, el pensamiento único, o el abuso de la clase política, tiene su réplica en la crisis financiera y ésta a su vez en la crisis moral de una sociedad a la intemperie, sin la cobertura del Estado, reducida al estado secular -degradada- y desencantada de lo divino y humano, desinflada de las utopías y desorientada bajo un cielo sin estrellas y privada de un sol de justicia que salga para todos.

            El mundo mundial es una burbuja que ha pinchado y un sistema que hace agua. El proyecto occidental de construir el bienestar de los supervivientes dejando en la cuneta a las víctimas del progreso, nos ha llevado a un callejón sin salida: a una crisis de la que no saldremos sin apearnos de ese tren y andar despacio porque tenemos prisa. Sin parar ese tren y reparar en las víctimas, pues tenemos una deuda pendiente y "para eso hemos sido esperados sobre la tierra"  (W. Benjamin), para hacerles justicia. Acordarse de lo que nunca debió pasar, esa cordura, consiste en hacer lo posible para que Auschwitz no se repita. La racionalidad de "cada uno a lo suyo y tonto el último", o "del muerto al hoyo y el vivo al bollo", es volver a las andadas. Una estupidez y una indecencia.

             La Iglesia es una de las instituciones más antiguas y más grandes del mundo. Los papas pasan, la Iglesia sigue y lo que ya no se sabe es qué pasa con la fe cristiana, que no es la fe de la Iglesia sino la fe de los cristianos. Las instituciones no creen. Si hemos de creer a Francisco, si creemos que el Papa cree, y nada hay de momento que demuestre lo contrario, esa fe que se apea de la silla gestatoria puede llegar hasta los marginados y las víctimas que quedaron en la cuneta. La crisis de las instituciones fue el tema del III Foro de la AWD al que he asistido recientemente. Pero el problema que sigue, por mucho que digamos, está delante de todos nosotros. Y lo que importa es comenzar. No obstante, si algo comienza en este mundo, aunque sea solo la fe de un hombre mortal, hay que celebrarlo. Todos morimos, pero algunos se desviven por otros: estos son los que comienzan. Y no es lo mismo comenzar como Mandela que acabar como un pobre hombre al que mejor le hubiera sido no haber nacido.


José Bada, 5.12.2013.

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