Reconozcamos
que no todo fue perfecto en la
Transición, ni trigo limpio. Pero
después -y en especial a partir
de mediados de los ochenta -se produjo
en los partidos una evolución a
la baja y una selección perversa de los que harían de la política su
profesión. Estos supervivientes y
“supersedentes” en el sillón,
más fieles a la devoción que a la
obligación que comporta el cargo político, son “profesionales” cuya antigüedad se reconoce y se premia por otros dignatarios
de mayor rango y no menor antigüedad en
la empresa u organización del Estado.