PENSANDO
EN MIS LECTORES
No es sólo la información lo que importa. Ni estar enterado de lo
que hay en el mundo, lo que pasa y lo pasado para contarlo. Que
eso es un tema que sale en los medios de comunicación. Ni la opinión
publicada. No es la información sobre el mundo de la vida, sino la
vida que llevamos. No la que se hace en general, que sigue siendo lo
que pasa. Sino tu vida y la mía, la de cada persona. Que la vida
es siempre personal. Y la convivencia también. Que no hay
convivencia si no compartimos la vida personalmente. Ni palabra en
vivo si nadie la escucha como persona.
De
la vida y de la convivencia - de la palabra y la conversación-
quisiera decir algo a mis lectores que me compromete como autor
personalmente. Pensando en ti que me lees - gracias- y escribiendo
para ti, reflexiono hoy sobre lo que hago: la escritura, y lo que
espero que hagas como lector. Para eso no necesito pretexto ni
preciso ocasión alguna. Tengo motivos sólo con bajar a la calle y
ver un montón de libros tirados a la basura junto a otros
desperdicios .
Pienso que se lee poco, que se lee mal y apenas se dialoga en este
país. Sin que sea por desgracia la excepción, sino la regla
establecida por el uso en un mundo consumista en el que prima la
imagen, se come con los ojos y se tragan las palabras. Donde vamos
por ahí tropezando sin encontrarnos, sin parar ni reparar en nada y
en nadie. Sin pensar en lo que da que pensar, con más prejuicios
que fronteras y oyendo sin escuchar a nadie.
El
diálogo de Sócrates con sus vecinos fue desplazado por la retórica
de los políticos para persuadir a los ciudadanos, la retórica por
la propaganda de los clérigos para convertir a los paganos y la
propaganda por la publicidad para llevarse el gato al agua -¡al
océano!- del consumo en todo el mundo. Y en eso estamos. De “la
caña pensante” que dijo Pascal nos queda apenas la caña en la
opinión publicada : el cebo, el reclamo, el engaño para pescar. O
la caña para dar caña, para pegar a diestro y siniestro. Hoy se
lleva el ruido, el grito, el escándalo y la polémica de cara al
público: el espectáculo. Y en absoluto la conversación serena, la
palabra cabal, el diálogo responsable y el pensamiento libre. Pero
siendo éste “ el principio de la moral” como dijo Blas - el de
la caña- la falta de pensamiento nos lleva a la desmoralización
en dos sentidos: a la falta de moral -a la amoralidad sustituida por
el capricho- en la gente que se tira al monte como cabras y a un
clima social dominante que desmoraliza a otros – les quita la
fuerza moral, la virtud o el coraje- si es que piensan todavía a
pesar de todo.
En
esta situación histórica que lamento, pienso que la palabra que
nadie escucha es apenas pensamiento: una parida acaso, un concepto
abortado. Y que la letra que nadie lee está muerta. No en voz alta
para que se oiga, oye, sino a la chita callando a veces y siempre
escuchando; es decir, respondiendo y nunca tragando la letra sin
decir nada. Que no se lee para repetir, sino para conversar y
corresponder. Que repetir es devolver, un desprecio como tirar un
libro a la basura. ¡Qué asco!
Pensar lo que se lee, lo que da que pensar es siempre responder. No
con el estómago, que devuelve. Ni con los pies, que pisan pero no
piensan y así no vamos a ninguna parte: nos llevan -como a Vicente-
a donde va la gente. Sino con la propia cabeza. Dar por pensado lo
que da que pensar es un desprecio que se paga y no enriquece a nadie.
Pensar a fondo y en el fondo es también recordar, con la mente
arraigada en un corazón abierto. En especial cuando no se piensa
sobre algo – que eso es más bien registrar y calcular – sino
en las personas y con ellas personalmente.
Abrir
un libro sin abrirse, no tiene sentido. Oír sin escuchar, tampoco.
El pensamiento se hace palabra cabal en el dialogo, en la
conversación. Y la vida lo mismo. La palabra viva es como el pan que
nos sustenta, se comparte y no se traga. Sólo así nos abrimos a
lo que está por ver y por venir. Al Silencio que llama y pone en
pie la pregunta que somos, la pregunta que es un saber consabido:
obvio, y a la vez un saber insuficiente que busca la respuesta
definitiva: la Palabra sin palabras que - de haberla - nos pondrá
en casa con su presencia. Mientras tanto la vida es un camino,
compañero. Una verdad en carne mortal y una experiencia en curso de
verificación. Nada que ver con un experimento de laboratorio.
Ni
con la razón instrumental que es una estrategia al servicio de
parte, una herramienta -como hoy se dice- o el arma para alcanzar un
objetivo en la guerra de todos y contra todos.
La
vida y la convivencia son el camino abierto y el medio -el método,
el único- para comprendernos los unos y los otros. Para abrazarnos
todos nosotros, compañero.
José
Bada
26-3-2019
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