El camino del diálogo
Los hombres se entienden
hablando … siempre que sean responsables; es decir, con tal que
escuchen con atención y respondan con respeto a quien les habla.
Que no basta con oír como quien oye llover, sin mojarse. Que
entrar en diálogo es comprometerse con la palabra y en la palabra
cabal - que no es tuya ni mía, sino de los dos y entre los dos- y
lo demás apenas parlotear como los loros: repetir, pero no
responder. O ponerse a silbar por hacer algo aunque sea para
hacerse el distraído, y en todo caso distraerse sin escuchar
dejando que el tiempo pase vacío.... hasta que deje de llover o de
sembrar el otro. Pensando que - es un decir, pues no piensa quien
a nadie escucha - con su pan se lo coma lo que dice el compañero,
que tampoco lo es si come solo. Porque no hay pensamiento, ni
palabra viva, ni diálogo, ni pan que se comparta, ni compañero, ni
convivencia, ni humanidad, ni tierra habitada y cultivada, ni
sentido.... cuando comemos – o se come, que eso es impersonal-
cada uno hasta la simiente sin dejar del pasado ni el recuerdo y
nada del presente para el futuro. O nos mordemos – que eso es una
barbaridad- uno al otro como animales.
Amortizada la
tradición viva – que se hace desde la responsabilidad – y
depositada en el “depósito de una santa traición”, enterrada
y sin salida, y liquidada la historia con lo mucho que queda por
hacer, enrollados y encerrados – embalados - , sin nosotros, no
hay conversación ni convivencia, nada que compartir ni modo de
entenderse: ni medio ni remedio, queda el ruido acaso, el silbido de
balas perdidas, y el escándalo mudo – terco y seco, duro: incapaz
de escuchar- que cierra el paso a la palabra. Lo contrario del
silencio que la acoge: la piedra que la rechaza y la mata callando.
Eso es el desierto de la vida -que es convivencia y conversación-
donde no queda del profeta ni la voz. El desierto sin agua ni pozo,
sin la sed que la busca y la hace buena, ni tan siquiera con el
murmullo de la música que la canta y la celebra. Por no hablar de
la huella de la palabra que fue, de la letra, pues no queda de ella
ni rastro.
Sin acorde y sin
acuerdos, queda el ruido que sale de la garganta cuando la boca
no muerde. Y si muerde, la barbarie que no sabe hablar y la fuerza
bruta.... O el silencio del desierto sin voz ni profecía, sin pan
ni compañía, sin agua ni simiente, ni tierra que se abra a la
cosecha.... Solo queda el rencor intransitable y el corazón
callado y encerrado como el MAR MUERTO que aleja a la humanidad de
la tierra prometida. ¡Que el
diálogo es el camino y el camino está cortado!
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