DULCE REVOLUCIÓN
Asistí recientemente a
una charla seguida de un interesante coloquio en un invernadero de
de Zaragoza sobre la “Dulce
Revolución”. Una entidad sin ánimo de lucro creada en el
año 2009 para promover la medicina tradicional y el consumo de
hierbas medicinales y criticar sin complejos posibles abusos de la
industria farmacéutica.
El conferenciante J. Pámies , agricultor
ecologista de Balaguer, militante en dicha revolución y autor entre
otros de un libro titulado “ Dolça Revolució”, mantuvo la
devoción de unas trescientas personas adultas y la curiosidad de
un viejo que esto escribe .
He sido crítico
siempre y procuro ser responsable desde que aprendí a escuchar, a
pensar en las personas con el corazón y las ideas con mi cabeza.
Confieso que no soy aficionado al fútbol y mi bola, que la tengo en
libertad vigilada, no es el balón. En mi vida solo recuerdo haber
asistido una vez a un partido entre equipos de primera división. Fue
en Madrid el verano de 1972, cuando disponía de un tiempo muerto
antes de salir volando a México en mi viaje a Cuernavaca. Donde
participaría en unas jornadas inolvidables que organizaba Ivan
Illich sobre la escolarización de la escuela que, en vez de
educar, inicia a los escolares en la nueva “religión” del
consumo. Quise conocer qué era eso que tanto mueve a la gente, ver
lo que pasaba en el campo entre los equipos del Real Madrid y del
Barça y sobre todo en las gradas.
Al asistir en la
huerta de Zaragoza al “evento” al que me he referido, pasé
por una experiencia parecida a menor escala. Seguí con la debida
atención al celebrante y con una curiosidad incontenible a los
fieles que le oían con los ojos abiertos y la boca cerrada. A las
cuatro horas del comienzo, le hice una pregunta. Reconocí de
entrada los valores de la medicina tradicional, la vieja que fue
primera y sigue siendo la abuela de la segunda y su complemento
como ha reconocido la OMS cuya Asamblea ha elaborado varios planes
estratégicos para integrarla como tal en los servicios públicos
del sistema sanitario.
Recordé enseguida que
la medicina como ciencia aprende de la práctica y de la
experiencia, porque ese es el método científico. Pero al
principio los humanos percibían la vida y la muerte, la salud y
la enfermedad y la naturaleza entera como un misterio. Siendo para
ellos la medicina como una magia o administración ritual de la
salud. El aspecto práctico de aquella medicina tradicional,
aliviada de ritos y mitos, se conservaría después en la
académica que se enseña en las universidades. A la vez que se
recuerda y reconoce en muchas lenguas habladas la autoridad y el
prestigio de la que fue la práctica por excelencia. En castellano
decimos “practicante” al auxiliar sanitario. Y “doctor” al
médico sin más, discriminando a los otros titulados. Mientras en
alemán al doctor le llama “Praktiker”. La “receta” se
llama así recordando la formula que se “recitaba” al
administrar el fármaco. Igual que “ensalmo”, que viene del
“salmo” correspondiente.
Aún reconociendo la
importancia de las emociones en el trato con las personas, lo
saludable que resulta el buen cuidado a los enfermos y las virtudes
curativas de las hierbas , la medicina tradicional con todo su
encanto no pasa de ser hoy un alivio para los enfermos y una ayuda a
su convalecencia. Esa dulzura, la guinda de la tarta o la gota que
colma el vaso, la perfección quizás marginada hoy por la
sustancia de la medicina moderna, no puede ser ya lo principal. Es
agua bendita, pero agua pasada por desgracia. O no, ¡maldita sea!
Haciendo honor a la
verdad que busco, después de pensar que todos los que venden
algo eso es lo que quieren: vender fármacos o servicios,verduras o
tisanas, noticias o vaya usted a saber..., pregunté por la letra
pequeña de la “Dulce Revolución”. Es decir, por el prospecto y
los efectos no deseados de la medicina tradicional. Porque la
industria farmacéutica ya lo hace para curarse en salud; y hasta la
tabacalera, que lo hace por imperativo legal y convierte su
advertencia en reto que provoca a sus adictos. Pregunté en
vano. Y agradeciendo su crítica a la medicina convencional, qué
menos, eché en falta la respuesta del maestro. Dulce o amarga,
con azucar o sacarina, pienso que las revoluciones tampoco se
tragan. Como las buenas palabras ni las mejores ideas, que no son
comestibles. Lo que no impide tener siempre los oídos abiertos y
la boca para hablar cuando haga falta. Sin renunciar en la práctica
a probarlo todo para quedarse con lo que es bueno.
José Bada
5-3-2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario