NO NOS CONFUNDAMOS
La escuela obligatoria, universal y gratuita, es una institución promovida por los ilustrados.
Los
que no iban a la escuela fueron para la Ilustración como los
paganos para la Iglesia, porque la salvación está en la escuela.
Escolarizar
fue desde entonces una misión del Estado moderno.
Antes
de la escuela no había niños propiamente dichos.
Había
infantes, que no sabían hablar y dependían de la madre en todo y
para todo. Y menores a quienes se les trataba en casa como
hombrecitos y mujercitas y se les vestía como tales para ir a misa.
Los niños y las niñas han de ir a la escuela para ser hombres y mujeres de provecho el día de mañana.
Pero la escuela pública, universal y obligatoria, no solo ha sustituido con el tiempo a la institución de la Iglesia , sino que ha conservado el método catequético hasta nuestros días.
La enseñanza de las materias asignadas -las que van para exámenes- se imparte en la escuela a partir de respuestas conocidas que han de aprender los alumnos para responder a las preguntas que entran en los programas.
La cuestión de una enseñanza laica no es un problema de contenidos sino de método: hay que enseñar a pensar, no a consumir y a repetir lo que se enseña.
La escuela gradúa a unos y degrada a otros.
No
todos los alumnos que están en clase son de la misma clase. Allí
están para clasificarse.
Los
últimos serán los primeros...en salir de clase. No abandonan la
escuela, más bien los echa la escuela como se echan las granzas en
la era.
La
escuela, más que educar, enseña. Adiestra para competir e inicia
para el consumo.
Lo
primero que enseña la escuela es que hay que ir a la escuela.
Cuando
se compite para ganar, la inmensa mayoría de los participantes ha de
perder.
A
la final llegan pocos y al final gana uno solo.
Todas
las pirámides acaban en punta.
Nadie
puede escalar el cielo, la torre de Babel es un absurdo.
Lo
contrario, bajar de lo más alto, es una locura divina: un
misterio.
Estas
pensadillas apenas dan que pensar y en absoluto dan para comer.
No
obstante, dudo que la alternativa dé para comer tal como están
las cosas. Y en absoluto para vivir dignamente.
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