¡MENUDO CIRIO!
¿Para que sirve la
memoria si no sirve a la esperanza? Un mal pasado es lo que ya no es
y lo que puede ser todavía, ¡ay!, si nos olvidamos de las víctimas
que fueron. No somos culpables de lo que pasó antes de venir al
mundo, aunque podemos serlo todavía si cada quien va a lo suyo sin
pensar en un futuro mejor para todos. Un mundo sin memoria, sin
corazón, que no quiere saber nada de las víctimas es un infierno :
Lasciate ogni speranza, voi ch´entrate! (Dante).
Echar tierra encima del pasado -olvidar a sus víctimas- es el colmo
de la injusticia y en modo alguno perdonar a los culpables. El
pasado que vuelve porque se olvida es la muerte que mortifica y
sigue matando en el presente a víctimas invisibles. Los que entran
en ese mundo no tienen salida: es la muerte eterna, el infierno.
Sin luz y sin calor - que eso sería el hogar que a todos nos
reúne- es fuego que mata y quema en las tinieblas sin sin reunir a
nadie en el camino que lleva a casa.
Salir
de ese infierno es volver a la vida, un milagro. Y aunque todo es
posible para Dios, es mejor para el hombre espabilar la esperanza
que se apaga y no entrar en él. Por eso hay que recordar a las
víctimas y no pasar de largo sin ver a los que van aún con su cruz
a cuestas. Reparar en ellas no es distracción que demore ni
despiste o aleje del camino. Ayudar a los rezagados y a quienes
yacen al borde del camino es un atajo. Es avanzar más como personas
que van a la de todos. Y lo contrario caer en el hoyo, enterrarse o
encerrarse en un agujero. Es ir a ninguna parte como burros en la
era. O turistas que salen sin salir de sí, disparados como balas y
encerrados como caracoles.
Acordarse,
en cambio, es traer al corazón o acercarse con el corazón abierto
y la mano tendida a las víctimas. Lejos de estar a la espera o a
verlas venir, es poner la esperanza a trabajar.
O la
paciencia, que es el nombre de la esperanza en traje de faena. De
la esperanza solidaria, mejor que solitaria. La esperanza sin
vacaciones, con la fiesta en el corazón y manos en la obra.
Esperanza solidaria, voluntaria y voluntariosa, de quienes comparten
todo lo que tienen y pueden: el camino y la vianda, el esfuerzo y el
destino, el pan y la palabra. De los que se abren para emprender el
camino y abrazar al prójimo. De los que se encuentran y te
encuentras en el camino cuando menos lo piensas. De los que
sorprenden a veces. No por cierto en el mercado donde todo se paga,
sino en la vida y la convivencia donde está la gracia. En esa
relación que acontece entre personas y rompe la continuidad de las
cosas en el espacio y la monotonía lógica de las consecuencias a
lo largo del tiempo.
Quien
pasa de largo sin reparar en nada y en nadie ni siquiera se
encuentra perdido: se pierde sin encontrarse. Es una bala perdida
y no lo sabe, un ovni y no se entera. No hay Yo sin Tú, compañero.
Ni camino que lleve a casa. Ni palabra cabal, ni libertad, ni
responsabilidad por supuesto. Por no hablar del amor que ni se
huele. Apenas es algo como una piedra sin entrañas con la que se
tropieza: un escándalo, y en absoluto una persona con quien te
encuentras.
Vivir
es convivir y vivir a tope desvivirse por otros. No por algo sino
por alguien , y sobre todo por las víctimas de un sistema injusto.
Es dar o darse, es regalar la vida que nos han dado. No es consumir
y consumirse hasta morir de obesidad mórbida. Nada que ver por tanto
con eso que llaman “yoísmo”. Ni con hacer el amor, que no es
trigo limpio ni mejor que hacerse una paja. Ni es sólo dar hijos,
que es darse también a los hijos y por supuesto mutuamente los
esposos. Es darse a las personas. No a los perros, por favor, que no
son de la familia. Sin que lo uno quite lo otro, que es el cuidado de
la vida y aún de todas las criaturas. Pero si maltratar a los
animales nos embrutece, no es cierto que desvivirse por ellos nos
haga humanos.
La
relación personal acontece entre personas sin intermediarios ni
medio que se interponga. En esa relación nos encontramos y existimos
como personas. Con las cosas no hay correspondencia, no nos
entendemos con ellas ni hablamos con ellas sino sobre ellas. Las
cosas de las que hablamos son un tema. Pero el problema lo tenemos
hablando con las personas. No con la gente en general, que así
tampoco escucha ni responde. Ni con él o ella, sobre los que
hablamos como si fueran cosas. El único problema radicalmente humano
es el diálogo, no como tema sobre el que también se habla demasiado
sino en ejercicio entre personas presentes y responsables que quieran
entenderse por encima de todo. Ese es el problema y el cirio que
tenemos de Pascuas a Ramos: la palabra cabal -que es el diálogo-
frente a la barbarie de la razón instrumental.
José
Bada
24-5-2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario