AMA Y HAZ LO QUE QUIERAS
Solo el necio confunde
valor y precio, como dijo Machado. Y Cristo enseñó a distinguir
entre el amor - que es el valor supremo- y la ley que no vale nada
sin amor alguno. Porque la ley es lo justo en el mejor de
los casos y “el amor la plenitud de la ley” (Rom.13,10); es
decir, la perfección que la llena, su cumplimiento y el colmo que la
rebasa, la abundancia y la gracia que da sentido a la vida. Lo que no
significa que lo más, lo inapreciable que es el amor, nos dispense
de hacer lo que debemos por imperativo legal que es lo de menos.
Hacer el amor no es
amar, pues se paga y tiene un precio.
No es de suyo un valor. Pero
si se paga el precio justo a quien lo vende tampoco es una
violación. Ni siquiera es un abuso en términos de justicia, aunque
sea un vicio y un mal uso en términos morales. En cambio hacer el
amor sin pagar por ello, a la brava y por narices o porque se puede
y se quiere,en manada, con una mujer indefensa que no está en
oferta no solo es injusto y algo más que un abuso: es una
violación. Espero que lo paguen esos machos salidos de la especie
humana humanizada.
El amor no es una cosa
que se hace, ni un producto al alcance de la mano o la cartera, ni
una técnica. Es desvivirse por otros y vivir a tope con la persona
amada. Es una relación personal en la que se entra, un encuentro
feliz que se mantiene y nos mantiene, una gracia, un don que nos
hacemos y nos hace personas: tú y yo, a la par y en reconocimiento
mutuo. Un encuentro desde la libertad responsable. Los que se
aman no están bajo la ley , aman y hacen lo que quieren de común
acuerdo. Esa correspondencia no anula la responsabilidad ante los
otros y con los otros. Ni tiene nada que ver con el capricho, que
eso es la “libertad” de las cabras. Pero en esa relación lo que
manda es la correspondencia amorosa. No la ley, ni el derecho, ni el
débito conyugal que está por debajo.
Violación es una
palabra que usamos también hablando del domicilio. Nadie puede
introducirse en domicilio ajeno contra la voluntad de su dueño sin
cometer un delito. La casa de los casados se ha comparado a la mujer
y al mismo cielo. La puerta fortalecida con sus tachones es
imagen del firmamento: del cielo tachonado de estrellas. Asaltar el
cielo es un delito que Dios castiga, lo mismo que las leyes humanas
castigan como delincuente a quien entra en casa ajena sin permiso.
En los pueblos se ven todavía las puertas que dan a la calle con su
picaporte para llamar desde fuera. Dicho picaporte tiene con
frecuencia la forma de falo. Los extraños que quieren entrar han
de llamar antes y esperar que les abran. Es lo que tiene que hacer
siempre un hombre con una mujer, no entrar sin pedir permiso. Hacerlo
por la fuerza, es una violación.
Incluso el marido que
tiene llave no debería usarla o hacer valer el “débito conyugal”
sin contar con ella. Ni la mujer, por supuesto, abrirse sin que la
llame. Como si tal cosa fueran los dos o animales y no personas que
se quieren y disponen de la misma carne y del mismo cuerpo: de la
casa que llegan a ser para el amor común que los reúne y alimenta
como el pan de cada día. Compañeros son ambos y ninguno esclavo.
Ni amo. Atenerse a la ley donde manda el amor no es un abuso legal
ciertamente, pero sigue siendo una “violación” cuando se hace
el amor solo con la fuerza de la ley pensando en el deber o el
débito del otro y sin contar con su voluntad.
Ahora bien, renunciar a
la expresión corporal del amor humano y hacer de la abstinencia
una costumbre pone en evidencia que ya no hay amor o nunca lo hubo. Y
donde no se ama, si se hace el amor por necesidad habrá que pagarlo
y si no se paga será un abuso. Llegados a esta situación, lo mejor
es separarse. Porque si malo es el abuso de quien no paga -sea él
o ella-, peor es la violación haciendo valer un derecho con todas
las de la ley sin una pizca de amor. La alternativa es entonces el
comercio carnal. Y para ese viaje no hacen falta alforjas. Mejor
separarse.
El amor no tiene
precio, es lo que más vale y gratuito. Y sin embargo es lo que más
echamos en falta en un mundo de individuos egoístas. Es también
el nombre mejor para invocar a Dios,que es Amor. Y su mandamiento:
su encomienda, lo que más quiere y espera de nosotros es que nos
amemos. Para eso nos ha creado libres, a su imagen y semejanza. Por
eso dijo ya San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”. Es lo que
yo me digo. Y lo que yo os digo, compañeros.
José Bada
1-5-2018
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