sábado, 19 de mayo de 2018

REPOBLACIÓN Y DESPOBLACIÓN









LOS MONJES ROTURADORES

El monasterio de Rueda es un monasterio cisterciense; es decir, de la Orden del Cister – o de Cíteaux, en francés- por el nombre del lugar donde se instaló la comunidad reformada de los “monjes blancos”, llamados así popularmente en oposición a los benedictinos cluniacenses -de Cluny, el lugar de la primera reforma benedictina - o “monjes negros” que se habían apartado de la buena “observancia” de la la Regla de San Benito como cabía esperar. San Bernardo de Claraval (1090-1153) fue el más destacado promotor de dicha reforma cisterciense y llegó a fundar en vida nada menos que 68 monasterios, de ahí que se llamaran “bernardos” también a los monjes que aceptaron su reforma. En 1664 Armand Bouthillier fundó la Orden de la Trapa o la Orden Cisterciense de Estricta Observancia, llamada así para distinguir a los trapenses de los bernardos o monjes benedictinos de Común Observancia.


Por cierto, en 1796 una comunidad de trapenses expulsados de Francia por la Revolución Francesa se estableció en un monasterio abandonado en los confines del término de Maella que limitan con los de Favara, que es mi pueblo. Estos monjes de la Trapa de Santa Susana desarrollaron una actividad agrícola pionera en la región e introdujeron el cultivo de la patata. El 20 de Marzo de 1837 abandonaron el monasterio por imperativo legal de la desamortización de Mendizabal. Entre ellos un pariente mío llamado Joan Bada que dio nombre a la casa de mis abuelos en Vilalba dels Arcs (en la Terra Alta de Tarragona) de donde había salido y a donde regresaría para vivir en ella acompañado de los suyos hasta acabar sus días. Todavía hoy se la conoce allí como “Casa del Pare Joan”. Pero no es de mi familia de lo que quiero hablar, sino de los trapenses y esto de paso hasta llegar a Rueda como me pide mi sobrina que vive en Sástago . Lo que no haré sin referirme en general a los “monjes roturadores” como se llamó también a los cistercienses, bernardos o monjes blancos. Lo que recuerdo - y viene a cuento de lo que escribo respondiendo con mucho gusto a lo que esperan los amigos de Rueda - es el nombre de otra casa de mi pueblo:“Casa del Pataquer” ¿Por qué se la llama así? Muy sencillo. Porque hace tiempo, cuando la trapa de Maella estaba habitada por los trapenses, el Pataquer de mal nombre fue un buen colaborador suyo en la promoción de la patata en mi pueblo. ¿Se imaginan que sería de nosotros sin patatas? Pues eso.

El cristianismo fue en su origen un movimiento espiritual que vino de Oriente y se extendió por toda Europa hasta Finisterre. Pero se extendió sobre todo por las ciudades,por las urbes, sin llegar a los pueblos: es decir, a los pagos y a los paganos. La propagación del Evangelio vino después, cuando la Iglesia de Roma - la urbe - se organizó en diócesis y provincias ocupando el espacio – todo el orbe conocido - a la par y semejanza del Imperio Romano. Fue entonces cuando comenzó en las parroquias la evangelización de todos los europeos desde la sede episcopal o arzobispal de la metrópolis.

Este proceso y progreso de civilización cristiana duró prácticamente toda la Edad Media hasta comenzar en la Moderna la evangelización de América. En él jugaron un papel importante los benedictinos. No en vano se honra a San Benito como Patrón de Europa. Es en ese contexto donde se sitúa y comprende la considerable labor de los cistercienses que se ganaron por ello el honroso titulo de “roturadores”. El asentamiento de los cistercienses en el campo y en comarcas poco pobladas rebasó el espacio habitado para poblar la tierra. Para “roturar” y desarrollar la cultura humana cultivando la tierra: a pagos y paganos. No se puede ni se debe ignorar la importancia decisiva de los cistercienses en esa empresa de colonización.

El monasterio de Rueda no es una excepción. Fundado en 1153 – aunque las obras del inmueble medieval comenzaron en el año 1202 y concluyeron dos siglos más tarde- la comunidad cisterciense contribuyó poderosamente desde el principio en la colonización de su entorno. Llegando a influir directamente en el asentamiento de la población, en su economía y en la forma de vida de muchos aragoneses. Auspiciada por reyes y señores feudales , esta empresa de los cistercienses en Rueda y desde Rueda se llevó a cabo con el aprovechamiento de tierras yermas para el cultivo de cereales, de viñedos y de olivos, así como para el pastoreo y la actividad ganadera. Los monjes de Rueda administraban su patrimonio – una extensión de tierra que algunos autores estiman en 150 kilómetros cuadrados- como unidades de producción y distribución. Con frecuencia los labradores arrendatarios obtenían tierra de los monasterios cistercienses de acuerdo con un régimen de “treudos”; es decir, pagando un canon con derecho a su cultivo a perpetuidad generalmente. El lema “ora et labora” de los benedictinos comprende junto a los rezos: la devoción, otras obligaciones y trabajos en el campo y en el escritorio. Con la reja a veces y , otras, con la pluma. Y donde no llegaba su esfuerzo en el cultivo de la tierra, llegaba su consejo a los paganos que la cultivaban y pagaban por ello a cambio de la influencia de los monasterios cistercienses que a todos beneficiaba

Hoy día los pueblos se despueblan, no solo porque pierdan habitantes ya sea porque no nacen niños o se van los jóvenes a las ciudades. Se despueblan también los viejos que se quedan; es decir, pierden su forma de vida. Se sientan en el sofá delante del televisor y duermen la siesta con el aparato enchufado como si les cantara nana . Y los padres llevan a los hijos a la escuela en coche,o los abuelos a los nietos. La gente apenas se ve en la calle, y la calle no es lugar para quedare. Ni para barrerlo, ni para sentarse a tomar la fresca con los vecinos. Se vive como en las ciudades. Y para eso, mejor en las ciudades. No solo se van los que pueden, todos los que pueden aunque puedan trabajar o trabajen en los pueblos. Curas, maestros, médicos y practicantes, veterinarios y funcionarios, por no hablar de los pastores que tienen el rebaño en el pueblo y vienen de fuera un día sí y otro también de no tenerlo estabulado. Aparte de algunos conventos de clausura que no son de este mundo, los frailes y los monjes no viven en los pueblos y los monasterios vacíos son hoy patrimonio nacional y un reclamo turístico en el mejor de los casos. En un mundo que se desliza sobre el asfalto y donde el que no corre vuela, no se pisa la tierra y menos aún se cultiva con las manos. Las plantas de los pies no tienen raíces, pero se camina con un pie en tierra y otro en el aire. Eso nos hace humanos, y lo demás nos convierte en objetos no identificados que vuelan disparados como balas o embalados. Sin pegarse a la tierra como los caracoles, pero como ellos encerrados y disparados como balas perdidas. Pero así no vamos a ninguna parte. Ni siquiera nos encontramos perdidos. Nos perdemos sin enterarnos en las nubes, enredando y enredados en la red de nuestro egoísmo que hoy llaman “yoísmo” los pijos por decir algo que no suene tan mal.

José Bada
15 de Mayo de 2018



















No hay comentarios:

Publicar un comentario