LA PARTE QUE ME TOCA
Ha salido el sol y
estoy en el campo abierto con los pies en tierra. Me siento y me
siento bien, en silencio, sobre un poyo. No se oye ni un pájaro de
momento, apenas el tractor que ronronea a lo lejos y más acá - o
más adentro- lo que me acaba de decir la socia del tractorista
que es mi sobrino.
Ambos cultivan un pedazo de la huerta de
Zaragoza, de lo mucho que queda de ella debajo de la alfalfa que se
cría para los camellos de Arabia. Poquísimo, bien mirado, si
pensamos lo mucho que podría cultivarse si los zaragozanos
consumieran tanto de aquí como los camellos árabes.
Se pueden contar con los
dedos los hortelanos de acá – y sobran los de los pies- que
apuestan por acercar la huerta a la ciudad y la ciudad a la
huerta. Tenemos un programa en marcha promovido por el Ayuntamiento
con la ayuda de la UE. Me refiero a Huertas Km.0; o LIFE para que
me entiendan, es un decir. Y una ley vigente aragonesa que facilita
la venta directa de productos agrarios de proximidad promulgada el
7 de julio hará un año. Pero toda esa cobertura legal y voluntad
virtual de los políticos es agua de borrajas si nos fugamos de
esta tierra por el centro. Volver a la venta directa sin acortar
distancias entre vecinos y estar aquí donde se tiene el cuerpo,
sin arraigo, es una utopía: no ha lugar, es imposible.
Este es el problema de
la despoblación de Aragón, cuyos habitantes se concentran en
Zaragoza donde se despegan de su tierra. Pero no solo aquí, sino en
todas partes de la Tierra pasa lo mismo. La humanidad, que así se
llama por el humus, se esfuma como humo de pajas. Embalados y
encerrados, sin estar para nadie donde quiera que vayamos o nos lleve
el viento, el evento, o la tendencia como también se dice, nos
perderemos enredados y enredando sin encontrarnos perdidos tan
siquiera. Y eso es lo peor, que no sabemos lo que nos pasa. Flotando
hinchados como globos en el aire - o navegando sin rumbo en el mar
de los deseos- ignoramos el destierro que padecemos.
y nos perdemos ya sea
volando como ovnis o navegando a la deriva. La vida y el camino se
hace siempre al andar con un pie en tierra y otro en el aire. O lo
que es lo mismo, estando en lo que se hace: aquí y ahora, en la
situación y en la decisión, acompañado quizás y en todo caso
abierto a otros. La planta de los pies es ciertamente la única
sin raíces, pero estar en camino a ciencia y conciencia es ir
estando: no es quedarse por ahí tirado, ni tropezar con ellos o
ellas como si tal cosa fueran, sino encontrar-se aquí - ¿donde
si no ?- con las personas. Porque uno se encuentra solo al
encontrarse con alguien, no tropezando con algo. Vivir para los
humanos es existir, salir, convivir, no estar encerrado como una
piedra. Es compartir el camino y la vianda, el pan y la palabra,
los recuerdos -la mochila- y el destino: el pasado y el futuro en
el presente. Es estar siempre aquí, en la situación que no es
aún la casa ni está en las nubes.
Mira por donde, lector
amigo, que comencé pensando en la huerta de Zaragoza y en mis
sobrinos, en el Kilómetro 0 y la venta directa, y he llegado sin
saberlo - o a sabiendas, siendo sincero- a un problema radical
que me concierne y nos concierne a todos los habitantes de acá o de
allá: a los ciudadanos de Zaragoza la “farta”como se la
llamaba hace siglos por la fecundidad de su huerta, de Teruel que
todavía existe, de Almería que nos alimenta o de Arabia cuyos
camellos alimentamos con la alfalfa de acá. Pero eso sí, a cada
uno por la parte que le toca: aquí, sin escurrir el bulto ni
aliviarse de la responsabilidad. Me refiero al problema ecológico,
a la casa común que es la Tierra y por tanto a la tierra que
pisamos. Llevarles al huerto es lo de menos, ni más ni menos que
acercar la huerta a los zaragozanos. Y el problema, encontrarnos como
personas cara a cara donde quiera tengamos el cuerpo. Sin
intermediarios: Tú y Yo, como nosotros. En un nosotros cada vez más
amplio. No para hablar sobre los otros, que eso es un tema, sino con
otros: que ese es el problema.
Pero voy a tomar el hilo
donde lo dejé en el principio, en lo que Sara me dijo: que este
sábado, en vez de ir al mercado ecológico irá a buscar hierbas
aromáticas y medicinales. Y en lo que me pasó recientemente al ser
invitado a una degustación gastronómica que resultó ser un
“seminario” sobre el valor terapéutico de las hierbas, la
meditación y el dominio de las emociones. Y del que me salí por
encontrarme fuera de lugar, cuando se me hizo saber lo que se
esperaba de todos los asistentes: que tragaran alimentos y palabras,
en vez de compartir el pan y la conversación como compañeros. Pero
las palabras – eso pienso- no se tragan, se escuchan. Y los
alimentos se prueban o se gustan cuando se come, que tragar solo
no satisface. Engorda a los animales, eso sí, y aprovecha a los
pastores que son obviamente carniceros. Y me fui. Pero sigo
abierto, eso creo y eso quiero por lo menos.
José Bada
29-3-2018
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