viernes, 20 de abril de 2018

CONCORDIA


PALABRA CABAL



La Asociación de los Foros de la Concordia acaba de celebrar el último en Valencia titulado “Conversaciones por la cooperación en los territorios de la antigua Corona de Aragón” Los asistentes que procedíamos de dichos territorios participamos distribuidos en seis grupos de trabajo: sobre educación, patrimonio artístico, turismo, lenguas, economía y asuntos jurídicos. Yo lo hice en el de lenguas; coordinado por Ernesto Martín Peris, profesor emérito de la Universidad Pompeu Fabra y nacido como yo en el Matarraña.




Regresado de Valencia a Zaragoza donde tengo el cuerpo habitualmente, me apetece hablar de lo que no tiene nombre por estos lares a la vista del Ebro que guarda silencio al pasar por el Pilar y saca pecho con lo que está cayendo. El tema que me propongo gira alrededor de la lengua que hablamos en las comarcas orientales de Aragón sin ir más lejos. Pero no teman. No será en favarol -que es mi lengua materna- ni en cualquier otra modalidad del catalán -¡perdón, se me ha escapado!- sino en castellano para que me entiendan todos. No voy a salirme por las ramas ni hundirme en las raíces, quiero afrontar la tarea como merece el grano que me duele en una situación política en la que abunda la discordia, escasea el compromiso y se echa en falta la concordia entre españoles. Planteando el problema en un contexto histórico en el que la reliquia que nos queda: la Corona - que podría ser de rosas- ha devenido en corona de espinas o casi por culpa de los herederos de acá y de acullá, de “més entadins o entafora” de la Franja según se mire o “se miro”: de los señores “castellanos o catalanes”, cuyo nombre - mira por donde- viene de un origen común latino que es “castellum”.



Siguiendo a quienes distinguen entre una moral como estructura y otra como contenido – o morales, pues hay muchas- , propuse en el foro distinguir entre lenguaje o lengua como estructura – que es la misma para todos los humanos - y otras como contenido que son muchas. Paralelamente y apelando a la misma analogía, propuse hablar de fuerza verbal y fuerza moral. Distinguiendo entre la moral alta o baja y la lengua suelta o reprimida. Incluso entre mentalidades y estilos, siendo éste más ceñido a la letra como el vestido al cuerpo que contiene y aquella abstracta como el espíritu que abarca y lo trasciende. En resumen, mi preocupación de fondo era la forma : la estructura, la fuerza y la mentalidad de los animales que hablan, y más el cómo que el qué; es decir, las lenguas como contenido concreto e instrumentos con los que hablamos de tantas cosas.



La forma es como la cesta de la compra que llenamos hoy en el mercado de patatas o cebollas y mañana de fresas o verdura fresca y desenvuelta de plásticos en la huerta. La misma que llevamos con garbo o con desgana mientras uno no la pierda o la cambie por otra. Mientras no pierda la mente -o la cabeza, la estructura - o cambie de mentalidad que es aún más difícil que cambiar de ideas. Conozco a más de uno de mentalidad cerrada como la cartera que lleva a la izquierda y que se ha pasado de un fanatismo a otro. Que es muy suyo y cree en sus creencias fatalmente; siempre, cuales quiera que sean con tal sean suyas. Poco en las personas, y nada en Dios que no es de nadie. Y a la inversa, a otros de mentalidad abierta - y corazón grande- que han dejado sus creencias para creer más en Dios de otra manera y seguir abiertos a las personas.



El diálogo es la palabra cabal. Educar es enseñar a hablar y escuchar, a conversar, a entrar en relación y a mantenerla. Los humanos al nacer somos animales imperfectos, más que un producto acabado de la naturaleza somos como personas un principio para comenzar. Nos hacemos cuando vivimos y a la inversa: existimos cuando nos abrimos con un pie en tierra y otro en el aire. No estamos atrapados fatalmente por la situación dada en nuestro mundo ni por la lengua del lugar. No hay situaciones fijas y, aunque sea cierto que nadie puede salirse del mundo en el que vive ni de su lengua o “del diálogo que somos” (Gadamer), no lo es menos que dialogando podemos salir nosotros con el mundo de la vida que se abre. Si nos entendemos hablando y para eso es la lengua, lo de menos es ya la que hablamos y lo peor hacer de ella un arma y una palabrota que ofenda de la palabra cabal . Para hacer la vida con dignidad y la historia lo mejor posible, necesitamos mucha fuerza moral. Y desde el compromiso moral , compañeros, la habilidad política y el carisma incluso de una fuerza verbal que no decaiga. Necesitamos hablar de cuerpo presente y cara a cara con todos los que sean capaces de escuchar, que nunca se sabe, y responder a los problemas que nos atañen sin escurrir el bulto ni recurrir a la razón instrumental, al cálculo, a la estrategia y a la guerra sorda sin palabras. Que eso es la barbarie.



Más que la defensa de la “nostra llengua” o del “pa de casa” como llamaba Vidiella a la suya hablando con ella en Calaceite, me interesa el diálogo para ir al grano. Y por tanto,también, más que el inglés las lenguas aragonesas para comenzar cada quien donde tenga el cuerpo.





José Bada

18-4-2018


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