RAZÓN Y FE
Se cree con el corazón, se
piensa con la cabeza.
Hay razones para creer, y
motivos para pensar.
No se piensa sin motivo, ni
se cree sin razón alguna.
Pensar sin motivo no tiene
sentido. Ni es razonable creer sin razones.
No se cree para no pensar,
ni se piensa para no creer.
Creer para no pensar, no es
fe es fanatismo. Pensar para no creer, es racionalismo.
Fanatismo o racionalismo
son extremos que se tocan: cara y cruz de la misma medalla, o moneda según se mire.
Nada que ver con la fe, que
es razonable. Ni con la razón, que conoce sus límites.
Creo en las personas, no en
las creencias: ni en los objetos, que no responden.
Creo en la fe de los
creyentes que están dispuestos a morir por ella, nunca en los
fanáticos que matan por lo que creen. Es decir, por sus creencias.
Comparto la sabiduría de
quienes saben que no saben nada del todo o de todo.
Me entiendo con los que
creen en Dios -o eso piensan- y saben sin duda alguna que no son
dioses.
Incluso con los que piensan
-o eso creen - que no hay Dios y creen sin embargo que el hombre
puede llegar a serlo en cierto modo.
“Credo ut intelligam”
e “Intelligo ut credam”, que quiere decir en castellano lo que
dijo San Anselmo en latín: ”Creo para entender y entiendo para
creer”.
Huyo como alma que lleva el
diablo de los extremos que nos separan y me acerco -eso creo- a lo
que Dios ha unido para siempre.
Pensar no es haber
pensado, ni creer haber creído: pensar y creer es como la vida,
que no es haber vivido sino más bien desvivirse. Que eso, haber vivido, es estar muerto.
Morir es lo que nos pasa, no
lo que hacemos. Desvivirse, en cambio, es vivir a tope a ciencia y
conciencia, en cuerpo y alma, como persona que uno es , aquí y
ahora: en el mundo, abiertos como pregunta hacia delante que se
cierra solo por detrás en el camino hasta encontrar la
respuesta. O , mejor, hasta que llegue si la hay para nosotros.
Mientras tanto todo es vida si vivimos. Y muerte, de lo contrario.
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