SOLEDAD
Dicen
que estar solo perjudica a la salud y que la soledad es una
enfermedad; qué digo una enfermedad, es incluso una epidemia según
dicen los expertos. He leído que en varios estudios se afirma
que de cuatro personas una se siente sola y que la soledad aumenta
las probabilidades de mortalidad en un 26 % , aproximadamente como
la obesidad.
Me entero también que en la comunidad científica hay
consenso respecto a que esa patología afecta por igual a hombres
y mujeres y que el riesgo de padecerla es mayor entre adolescentes y
octogenarios; es decir, entre los nietos enredados o conectados -
adictos al móvil e instalados en Internet donde quiera pongan su
cuerpo- y los abuelos desolados, abandonados y tirados en
cualquier rincón como muebles o trastos viejos. Y de que, según
afirman los entendidos, la soledad puede convertirse en una
enfermedad crónica atribuida a causas genéticas, aunque sin
descartar otras medioambientales o circunstancias sociales que la
precipitan y son difíciles de controlar. Me pregunto si no será
precisamente una de esas circunstancias nefastas que causan la
soledad la manera científica de tratarla y , por supuesto, la
manera no científica pero igualmente objetiva de observar y tratar
a las personas como si fueran cosas. No soy quien para hablar como
experto sobre una enfermedad que padecen los seres humanos, ni
pretendo hacerlo aquí y ahora sobre una epidemia que afecta al
cuerpo social. Solo quiero cruzar la mirada de un hombre viejo que
duda, vacilante y poco firme – enfermo, del latín
in-firmus - que pregunta y escucha -eso pretendo- con otros
que también caminan y me confortan sean médicos o no.
En castellano se llama “practicante” a un auxiliar sanitario o
experto en cirugía menor, mientras que en Alemania es frecuente
referirse al médico o doctor -como decimos nosotros- con el nombre
de “Praktiker”. Me encanta ese uso lingüístico que discrimina
a favor del médico de cabecera, práctico por antonomasia y con
experiencia en el trato de los enfermos, frente a los investigadores
de enfermedades en el laboratorio. La dimensión humana y la
formación humanista de los médicos profesionales que cuidan y
curan a los enfermos, merece una consideración especial y un gran
respeto a las buenas personas que - sin menoscabo de la admiración
y el aprecio que sienten por el saber hacer de los técnicos y los
artefactos que producen como buenos profesionales - atribuyen solo a
quienes practican de oficio un trato y prestan una atención, un
cuidado y un servicio muy personal a sus clientes. Desde este punto
de vista y queriendo honrar la memoria de esos médicos que nos
cuidan , me permito contarles a propósito de la soledad de la que
venimos hablando algo personal y muy gratificante que me sucedió
hace unos días.
Serían
poco más de las nueve y media de la mañana del día ocho de abril
del año en curso cuando iba por la calle de San Pablo -por cierto,
de hacerme una radiografía - caminando lentamente, arrastrando los
pies y con la cabeza baja sin mirar al suelo...., pensando sin saber
en qué, sería en todo y en nada, en la vida -supongo- , cuando
de pronto una mujer joven se detiene y me dice: “Señor, lleva
suelto el cordón del zapato; si se lo pisa puede caerse, ¿se lo
ato” ? Y me caí ...del caballo. Alcé la cabeza y vi el cielo
abierto, fue una gracia muy graciosa. Le hubiera dado un beso. Le
sonreí y le dije: "Muchas gracias, señora". Me sonrió,
me até el zapato y llegué a casa rebosando de alegría como niño
con zapatos nuevos y la esperanza renovada. Encuentros como éste
ayudan a caminar a un viejo.
Que
sirva la anécdota, eso es lo que quiero, no tanto para criticar una
forma de vida que nos saca del mundo de la vida, nos abduce y nos
lanza como ovnis post-modernos al ciberespacio - donde tenemos más
contactos o seguidores a cambio de los pocos amigos que perdemos
aquí donde dejamos el cuerpo como tara o residuo del pasado, como
obstáculo o piedra de escándalo que se opone en el camino y se
aparta con el pie cuando el objeto es el otro- sino para volver al
buen camino con los pies en tierra y el corazón abierto, no menos
que los ojos y los oídos, al compañero que se aproxima o mejor al
que nosotros nos aproximamos para atarle, por ejemplo, el cordón de
los zapatos. Si la causa principal que nos pone enfermos de
soledad: la circunstancia social fuera de control, es la forma de
vida pos-moderna que nos aísla por sistema y encapsula como una bala
a cada uno en su egoísmo, de poco nos servirían la manipulación
genética y los fármacos para curarnos los unos a los otros. Pero la
única medicina, que no se fabrica ni se vende, que es renovable y
sostenible, podría abundar como el sol que sale para todos
gratuitamente. ¿Lo adivinan ? Pues eso. Hay que elegir entre
querer y no querer....a los otros.
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