jueves, 10 de marzo de 2016

REALISMO UTÓPICO





EL TRICICLO



Los hombres se entienden hablando, eso es lo que se dice. Y lo que se dijo es que el hombre es un animal que habla y por eso mismo añadía Aristóteles es un animal político que vive en la "polis". O un ciudadano que vive en la ciudad: en la civitas, como decían los romanos. Políticos o ciudadanos, personas civilizadas, recurren a la palabra para entenderse sobre algo, resolver los conflictos y salvar las diferencias sin llegar a las manos. El diálogo es el medio y el remedio para la convivencia humana. La fuerza bruta, es la barbarie que acaba con ella.



La democracia sin la libertad de opinión no es posible. Y la libertad de opinión sin diálogo público --social y en sede parlamentaria-- se cae por su propio peso: el de los votos. Se mantiene "formalmente" cuando hay una mayoría natural aplastante o se adquiere en el mercado secundario, pero el rodillo no basta. Mientras que en una situación sin mayorías o descaradamente plural, no solo es posible sino saludable y necesario entrar en razón: recuperar la capacidad política que nos hace humanos. La nueva política no es la de los mercaderes, que cuentan votos y con los votos, solo con eso. Es comenzar de nuevo con el diálogo.

Si nuestros políticos no aprenden a hablar y sobre todo a escuchar al pueblo y entre sí en las actuales circunstancias, lo más probable es que perdamos el tiempo con otras elecciones, la paciencia acaso y algún dinero que tampoco es despreciable. Sin embargo estamos viendo cómo la derecha tradicional pone palos en la rueda para que nada cambie, otros se mueven con esfuerzo entre Pinto y Valdemoro y una izquierda "radical" se echa al monte sacrificando la realidad a su utopía. Entrar en razón en estas circunstancias no es enrollarse en los propios intereses y la propia ideología, que eso sería encerrarse y caer en un agujero sin ayudar a nadie. Tampoco es saltarse la realidad para prometerse y prometer a todos lo mejor, lo nunca visto. Que lo mejor puede ser enemigo de lo bueno y cómplice de lo peor cuando se reduce en la práctica a un pretexto para no hacer lo que sí se puede hacer. No hay que olvidar nunca que lo mejor es una solución en diferido, nada todavía; mientras que lo bueno es ya un anticipo de lo mejor. Dialogar, pactar y gobernar es la prueba del algodón. Un beso, Sr. Iglesias, es un gesto muy bonito. Queda bien, como soñar y cantar. Pero esa liturgia y esa fiesta debería celebrarse para seguir despiertos y mantener activa la esperanza: para despegar y caminar con un pie firme en el suelo y otro en el aire. Con paciencia, que es la esperanza en traje de faena. Y eso es un juego muy serio.

Propongo que cada cual lleve su fardo y sus reservas, no es preciso compartirlo todo. Salvar las diferencias y guardarlas es importante, pueden ser necesarias en algún momento. Lo que sí hay que compartir desde el principio es el camino y el viático imprescindible, un acuerdo mínimo positivo: el , y el no para dejar atrás la tara y el pasado que queremos cambiar. Pero la diferencias hay que conservarlas, respetarlas y ofrecerlas a los otros: las convicciones no se abandonan ni se imponen, se ofrecen: --"¿Usted gusta, compañero?"-- "No, gracias"--. Y quien ofrece replica: "No se merecen". Compartir el camino y la vianda, no es eliminar las diferencias ni mezclarlas. No se trata de confundirlo todo y a todos, no es el mestizaje. No es igual unidad que unicidad, deferencia que indiferencia, convivencia que consistencia. Compartir la existencia y el camino no es insistir en lo mismo. Nosotros no es una confusión ni el caos, es un encuentro: tú y yo, nosotros y vosotros, todos nosotros y por eso distintos. Un respeto, por favor. Y un camino, compañero.

Volviendo a la situación, pensando en ella, opino que nuestros políticos deberían llegar a un acuerdo y formar un gobierno relativamente estable. Gobernar no es estar como una isla, es más bien navegar o pilotar el barco. No es quedarse en casa, y menos en el sillón o la costumbre. Ni moverse como el trillo en la era. Es hacer camino al andar, abrir la marcha, tomar decisiones, conducir. Sobre un piso desigual el mueble más estable tiene tres patas. Pero si ha de moverse haciendo camino hacia delante sobre un terreno accidentado, lo que ha de tener el mueble son tres ruedas sin marcha atrás. Apuesto por un gobierno montado sobre tres ruedas y una dirección. Y que la fortuna sonría a los más jóvenes, ha llegado su hora. Mi voto por el diálogo, el acuerdo y el gobierno no es un brindis al sol sino a los políticos del cambio que optan por un pragmatismo utópico.

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