miércoles, 25 de enero de 2017

VIVIR EN LA DISTANCIA


DESPOBLACIÓN





Son las nueve de la mañana y , como todos los días, se oye la jaculatoria que marca el territorio de María Santísima y desciende como agua bendita sobre esta ciudad mientras el Ebro pasa en silencio hasta llegar al mar. Supongo que desde el minarete de la mezquita que es lo que fuera antes basílica de Santa Sofía, un almuacín habrá convocado antes para la oración a los fieles de Alá. Acá y allá hay un centro sagrado y una voz cantante que hoy se oye entre nosotros como quien oye llover.



Ese rito que persiste, símbolo verbal que se repite, es como la torre de la iglesia que se mantiene en los pueblos despoblados: una reliquia del pasado que se conserva y la parte más visible de los templos vacíos.


El mundo de la vida cambia mucho cuando la tierra se abandona y la población se concentra en las ciudades. En Aragón más de la mitad de los aragoneses vivimos en Zaragoza, la mitad de la mitad lo desea y el resto envejece en su pueblo hasta morir en la ciudad. Digamos lo que digamos eso es lo que aquí pasa en silencio, como el Ebro hasta llegar al mar. En eso pensaba cuando oigo hablar del tema recurrente de la despoblación y de la ordenación del territorio de este país cabezudo y terco; donde la cabeza habla por hablar de lo mismo mientras el resto se despuebla porque piensa y quiere vivir como se piensa y quiere en las ciudades. No con los pies en tierra sino sobre ruedas, sentado detrás de una mesa a ser posible, delante de una pantalla mejor que alrededor del hogar y cada uno a su bola enredando y enredado con los contactos y la tableta en la mano mejor que hablando con los vecinos en corro o saltando alrededor de la hoguera de San Antón.



Nos equivocamos si pensamos que el problema demográfico - o el tema, como hoy se dice- tiene solo causas económicas y nada que ver con la cultura. En este mundo mundial donde se confunde valor y precio, nos guste o no las diferencias se arrasan. En todo caso se eliminan , es decir, las partes compiten y luchan entre sí para llevarse más de la tarta o empanada que se ofrece en el mercado. Reducido todo a mercancía, se consume hasta la historia y la memoria igual que se acaba el futuro o la paciencia al agotarse la esperanza. Del pasado no queda ni la simiente, se consume la historia que no se ha hecho y del futuro resta sin hacer. Cuando se vive - es un decir - en el presente sin pasado ni futuro, la diversidad se reduce a cantidad y la calidad a la abundancia. Entonces el gusto por la vida se degrada en vida para el consumo, la cultura se confunde con el desarrollo y éste con el crecimiento económico. En esta situación hasta los pueblos que no pierden habitantes se despueblan perdiendo su forma de vida. Los vecinos viven para el caso sin estar en casa para nadie: conectados virtualmente con todo el mundo, sin virtud alguna ni gracia que lo sea en cuerpo presente para alguien, están a la vista sin disimular su ausencia para que se vea. La situación generalizada es la misma donde quiera esté el cuerpo aparcado en su agujero. Reducido cada quien a personaje sin respetable público, el gran teatro del mundo se convierte en un absurdo y la convivencia resulta imposible. La consecuencia es demasiado ruido y pocas nueces; aquel se oye pero no se escucha que ensordece, y estas se tragan sin alimentar. Nada hay que llevarse a la boca como el pan que se comparte y la palabra.




En eso estaba pensando cuando me llegó la noticia de que en un pueblo de cuyo nombre no quiero acordarme se había preparado un “evento” deportivo y convocado en inglés para que se entienda y se enteren todos: “la tercera fase del Campeonato Autonómico de Kick-boxing Juegos Deportivos en Edad Escolar, organizado por la Federación Aragonesa de Kick-boxing”. En eso estaba cuando me llegó también el recuerdo de otra noticia de un pueblo del que no puedo olvidarme: pensando en los maestros que viven en Zaragoza se ha propuesto allí a los padres introducir la jornada escolar continua para sus hijos. Los maestros, que tienen el curro en el pueblo, están dispuestos a gastar lo que haga falta para vivir donde tienen la vida pero no más. Como los pastores, que van y vienen del pueblo donde pastan sus rebaños. Como los médicos, los secretarios , el cura y hasta los empleados de la banca. Eso es lo que hay, lo que se enseña y lo que se aprende. Los niños que salgan del pueblo a estudiar ya no volverán. Una carretera sirve igual para irse que para venir, pero los que salgan ya no volverán probablemente si hacen carrera. Lo mismo pasa con la red que nos enreda, que sirve para estar conectados o enterados y apenas para vivir o convivir. Mucho para seguir y poco para pensar y reflexionar. Se puede llegar lejos virtualmente, lo difícil es encontrarse aquí realmente consigo y con los otros.



José Bada

20-2-2017

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