DESPOBLACIÓN
Son las nueve de la
mañana y , como todos los días, se oye la jaculatoria que marca
el territorio de María Santísima y desciende como agua bendita
sobre esta ciudad mientras el Ebro pasa en silencio hasta llegar al
mar. Supongo que desde el minarete de la mezquita que es lo que fuera
antes basílica de Santa Sofía, un almuacín habrá convocado
antes para la oración a los fieles de Alá. Acá y allá hay un
centro sagrado y una voz cantante que hoy se oye entre nosotros como
quien oye llover.
Ese rito que persiste, símbolo verbal que se
repite, es como la torre de la iglesia que se mantiene en los pueblos
despoblados: una reliquia del pasado que se conserva y la parte más
visible de los templos vacíos.
El mundo de la vida
cambia mucho cuando la tierra se abandona y la población se
concentra en las ciudades. En Aragón más de la mitad de los
aragoneses vivimos en Zaragoza, la mitad de la mitad lo desea y el
resto envejece en su pueblo hasta morir en la ciudad. Digamos lo que
digamos eso es lo que aquí pasa en silencio, como el Ebro hasta
llegar al mar. En eso pensaba cuando oigo hablar del tema
recurrente de la despoblación y de la ordenación del territorio de
este país cabezudo y terco; donde la cabeza habla por hablar de lo
mismo mientras el resto se despuebla porque piensa y quiere vivir
como se piensa y quiere en las ciudades. No con los pies en tierra
sino sobre ruedas, sentado detrás de una mesa a ser posible,
delante de una pantalla mejor que alrededor del hogar y cada uno a
su bola enredando y enredado con los contactos y la tableta en la
mano mejor que hablando con los vecinos en corro o saltando
alrededor de la hoguera de San Antón.
Nos equivocamos si
pensamos que el problema demográfico - o el tema, como hoy se dice-
tiene solo causas económicas y nada que ver con la cultura. En
este mundo mundial donde se confunde valor y precio, nos guste o no
las diferencias se arrasan. En todo caso se eliminan , es decir, las
partes compiten y luchan entre sí para llevarse más de la tarta o
empanada que se ofrece en el mercado. Reducido todo a mercancía, se
consume hasta la historia y la memoria igual que se acaba el futuro
o la paciencia al agotarse la esperanza. Del pasado no queda ni la
simiente, se consume la historia que no se ha hecho y del futuro
resta sin hacer. Cuando se vive - es un decir - en el presente sin
pasado ni futuro, la diversidad se reduce a cantidad y la calidad
a la abundancia. Entonces el gusto por la vida se degrada en vida
para el consumo, la cultura se confunde con el desarrollo y éste con
el crecimiento económico. En esta situación hasta los pueblos que
no pierden habitantes se despueblan perdiendo su forma de vida. Los
vecinos viven para el caso sin estar en casa para nadie: conectados
virtualmente con todo el mundo, sin virtud alguna ni gracia que lo
sea en cuerpo presente para alguien, están a la vista sin
disimular su ausencia para que se vea. La situación generalizada
es la misma donde quiera esté el cuerpo aparcado en su agujero.
Reducido cada quien a personaje sin respetable público, el gran
teatro del mundo se convierte en un absurdo y la convivencia resulta
imposible. La consecuencia es demasiado ruido y pocas nueces;
aquel se oye pero no se escucha que ensordece, y estas se tragan sin
alimentar. Nada hay que llevarse a la boca como el pan que se
comparte y la palabra.
En eso estaba pensando
cuando me llegó la noticia de que en un pueblo de cuyo nombre no
quiero acordarme se había preparado un “evento” deportivo y
convocado en inglés para que se entienda y se enteren todos: “la
tercera fase del Campeonato Autonómico de Kick-boxing Juegos
Deportivos en Edad Escolar, organizado por la Federación Aragonesa
de Kick-boxing”. En eso estaba cuando me llegó también el
recuerdo de otra noticia de un pueblo del que no puedo olvidarme:
pensando en los maestros que viven en Zaragoza se ha propuesto allí
a los padres introducir la jornada escolar continua para sus hijos.
Los maestros, que tienen el curro en el pueblo, están dispuestos a
gastar lo que haga falta para vivir donde tienen la vida pero no más.
Como los pastores, que van y vienen del pueblo donde pastan sus
rebaños. Como los médicos, los secretarios , el cura y hasta los
empleados de la banca. Eso es lo que hay, lo que se enseña y lo que
se aprende. Los niños que salgan del pueblo a estudiar ya no
volverán. Una carretera sirve igual para irse que para venir,
pero los que salgan ya no volverán probablemente si hacen carrera.
Lo mismo pasa con la red que nos enreda, que sirve para estar
conectados o enterados y apenas para vivir o convivir. Mucho para
seguir y poco para pensar y reflexionar. Se puede llegar lejos
virtualmente, lo difícil es encontrarse aquí realmente consigo y
con los otros.
José Bada
20-2-2017
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