miércoles, 22 de junio de 2016

AL CABO DE LA CALLE


NOSOTROS



¿De qué se habla en esta campaña electoral? De lo que interesa y vende en el mercado político. Ni una palabra de los refugiados. Tampoco de la monarquía o la república, del ejército y las armas que exportamos, de política internacional, medio ambiente, investigación científica, cultura... Pero de los refugiados no hablan ni tan siquiera quienes denuncian el silencio sobre esos temas.


  ¿Por qué decimos temas cuando son problemas? Por la misma razón, supongo, por la que decimos refugiados en vez de exiliados, que son personas que buscan refugio y no lo encuentran El pensamiento débil y la relajación moral corrompen hasta el lenguaje. Aquello en lo que no queremos pensar, ni afrontar, tampoco lo queremos nombrar. Esa huida de los problemas que nos comprometen es una evasión de la realidad para resolverla o - mejor – liquidarla en la ficción; es decir, hablando sobre ella desde la distancia, las nubes o el sofá.



Nos enteramos de todo y como si nada. Cuando no es el morbo, es la afición o el pasatiempo: las novelas históricas, las representaciones del género y el consumo de la historia, Todo menos entrar en ella sin contemplaciones. Qué digo sin entrar, ni siquiera pensar por mucho que digamos. Que hablando no pasa de ser un tema como tantos otros y un evento de “no te lo pierdas”; aunque sea de suyo un problema la historia de los exiliados, de cada uno -que sí, que son personas – , ni siquiera pensamos de verdad en lo que más da que pensar: en el olvido de haberlo olvidado para huir lo más lejos posible de la historia real como alma que lleva el diablo. Vivimos a tontas y a locas. Por supuesto que es injusto generalizar, hay excepciones, faltaría más; pero la excepción confirma la regla, por desgracia. También es cierto que nos ha tocado vivir en una situación muy compleja y enfrentarnos a unos retos históricos que , siendo insuperables para cada cada uno, son imposibles de afrontar con éxito sin una voluntad colectiva mayoritaria a nivel mundial.



Hemos llegado al cabo de la calle: no a la plaza como espacio abierto donde todos caben y se encuentran, sino más bien a la plaza del mercado donde todos gritan y compiten. Vivimos en un mundo sin orden mundial, sometido a una economía salvaje y a un egoísmo sin fronteras: cada cual a lo suyo y, así, vamos todos a ninguna parte. Se necesita moral, mucha moral, precisamente cuando está por los suelos como estructura, como coraje, y apenas tiene un contenido mínimo sostenido por todos. Y en la práctica, a nivel internacional, casi me atrevería a decir por ningún Estado. Como si la humanidad se hallara aún en estado de naturaleza y cada Estado fuera un lobo para los otros, a pesar de la proclamación de los Derechos Humanos.




La reducción de cada cual a lo suyo, el encierro en su cuerpo y sus intereses, no solo desintegra a las familias - que también - sino que mete a cada individuo en un agujero. Incluso cuando se abre, más que salir se proyecta: sale como una bala hacia su objetivo. La razón instrumental o estratégica es para hacer la guerra y alcanzar objetivos. Pero esa razón, que sirve para ganar y quita de en medio a los que se oponen, no sale al encuentro para abrazar y hacer amigos. Llegados a la plaza, si no queremos acabar con la historia, tendremos que salir no solo del egoísmo y de la lógica del mercado, sino también de las historias particulares para abrirnos a una historia universal. No se trata de olvidar de donde venimos, ni de volver a casa o a la patria. Tampoco de ocupar la plaza desplazando a nadie. Sino de entendernos con otros y desplazarnos con ellos paso a paso, salvando las diferencias. Que cada pueblo lleve su fardo y lo comparta, que lo abra. Que la tradición es la vianda en el camino, compañero: ¿Ustedes gustan? Pero no obligues a nadie a tragarla.





La plaza es una metáfora de la situación histórica irreversible y de la condición humana que compartimos. Más que un centro destacado es un espacio abierto pero no vacío. No obstante, a diferencia de la plaza del mercado donde todos gritan y se disputan el sitio y el silencio, en la plaza de la convivencia nadie tiene la verdad a buen recaudo y todos la buscan. Por tanto nada que ver con un templo, no es la casa de Dios o de los curas, es más bien donde todo se expone y nada se impone: un espacio abierto para personas abiertas y acogedoras. La plaza es, radicalmente hablando, la pregunta que es el hombre y que a todos nos reúne. No una pregunta retórica que se deja caer y se abandona, sino que se sostiene para salvar las diferencias con deferencia. Tomando en serio el camino y los acuerdos, paso a paso. Hasta que todos seamos NOSOTROS contra nadie. Esa es la meta. ¿Y mientras tanto....? ¡Eso es la historia! Y lo demás biografía, como la rabia que acaba cuando el perro muere.



José Bada

20.6.2016




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