NOSOTROS
¿De qué se habla en
esta campaña electoral? De lo que interesa y vende en el mercado
político. Ni una palabra de los refugiados. Tampoco de la
monarquía o la república, del ejército y las armas que
exportamos, de política internacional, medio ambiente,
investigación científica, cultura... Pero de los refugiados no
hablan ni tan siquiera quienes denuncian el silencio sobre esos
temas.
¿Por qué decimos temas cuando son problemas? Por la
misma razón, supongo, por la que decimos refugiados en vez de
exiliados, que son personas que buscan refugio y no lo encuentran El
pensamiento débil y la relajación moral corrompen hasta el
lenguaje. Aquello en lo que no queremos pensar, ni afrontar,
tampoco lo queremos nombrar. Esa huida de los problemas que nos
comprometen es una evasión de la realidad para resolverla o -
mejor – liquidarla en la ficción; es decir, hablando sobre ella
desde la distancia, las nubes o el sofá.
Nos enteramos de todo y
como si nada. Cuando no es el morbo, es la afición o el
pasatiempo: las novelas históricas, las representaciones del género
y el consumo de la historia, Todo menos entrar en ella sin
contemplaciones. Qué digo sin entrar, ni siquiera pensar por mucho
que digamos. Que hablando no pasa de ser un tema como tantos otros y
un evento de “no te lo pierdas”; aunque sea de suyo un
problema la historia de los exiliados, de cada uno -que sí, que son
personas – , ni siquiera pensamos de verdad en lo que más da
que pensar: en el olvido de haberlo olvidado para huir lo más lejos
posible de la historia real como alma que lleva el diablo. Vivimos a
tontas y a locas. Por supuesto que es injusto generalizar, hay
excepciones, faltaría más; pero la excepción confirma la regla,
por desgracia. También es cierto que nos ha tocado vivir en una
situación muy compleja y enfrentarnos a unos retos históricos
que , siendo insuperables para cada cada uno, son imposibles de
afrontar con éxito sin una voluntad colectiva mayoritaria a
nivel mundial.
Hemos llegado al cabo
de la calle: no a la plaza como espacio abierto donde todos caben y
se encuentran, sino más bien a la plaza del mercado donde todos
gritan y compiten. Vivimos en un mundo sin orden mundial, sometido a
una economía salvaje y a un egoísmo sin fronteras: cada cual a lo
suyo y, así, vamos todos a ninguna parte. Se necesita moral, mucha
moral, precisamente cuando está por los suelos como estructura,
como coraje, y apenas tiene un contenido mínimo sostenido por
todos. Y en la práctica, a nivel internacional, casi me atrevería
a decir por ningún Estado. Como si la humanidad se hallara aún
en estado de naturaleza y cada Estado fuera un lobo para los otros,
a pesar de la proclamación de los Derechos Humanos.
La reducción de cada
cual a lo suyo, el encierro en su cuerpo y sus intereses, no solo
desintegra a las familias - que también - sino que mete a cada
individuo en un agujero. Incluso cuando se abre, más que salir se
proyecta: sale como una bala hacia su objetivo. La razón
instrumental o estratégica es para hacer la guerra y alcanzar
objetivos. Pero esa razón, que sirve para ganar y quita de en medio
a los que se oponen, no sale al encuentro para abrazar y hacer
amigos. Llegados a la plaza, si no queremos acabar con la
historia, tendremos que salir no solo del egoísmo y de la lógica
del mercado, sino también de las historias particulares para
abrirnos a una historia universal. No se trata de olvidar de donde
venimos, ni de volver a casa o a la patria. Tampoco de ocupar la
plaza desplazando a nadie. Sino de entendernos con otros y
desplazarnos con ellos paso a paso, salvando las diferencias. Que
cada pueblo lleve su fardo y lo comparta, que lo abra. Que la
tradición es la vianda en el camino, compañero: ¿Ustedes gustan?
Pero no obligues a nadie a tragarla.
La plaza es una metáfora
de la situación histórica irreversible y de la condición humana
que compartimos. Más que un centro destacado es un espacio
abierto pero no vacío. No obstante, a diferencia de la plaza del
mercado donde todos gritan y se disputan el sitio y el silencio, en
la plaza de la convivencia nadie tiene la verdad a buen recaudo y
todos la buscan. Por tanto nada que ver con un templo, no es la casa
de Dios o de los curas, es más bien donde todo se expone y nada se
impone: un espacio abierto para personas abiertas y acogedoras. La
plaza es, radicalmente hablando, la pregunta que es el hombre y que a
todos nos reúne. No una pregunta retórica que se deja caer y se
abandona, sino que se sostiene para salvar las diferencias con
deferencia. Tomando en serio el camino y los acuerdos, paso a paso.
Hasta que todos seamos NOSOTROS contra nadie. Esa es la meta. ¿Y
mientras tanto....? ¡Eso es la historia! Y lo demás biografía,
como la rabia que acaba cuando el perro muere.
José Bada
20.6.2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario