viernes, 3 de junio de 2016

¿PARTICIPACIÓN CIUDADANA?


PARTICIPACIÓN



Participar es tomar parte ya sea en una fiesta, conversación, negocio, “evento” - como hoy se dice, las palabras tienen su momento de gloria que da pena-, “figuración” acaso de una historia que fue o quizás incluso con el voto en la historia que hacemos todavía.... Sea lo que fuere aquello en que se toma parte siempre participamos con otros en la vida misma. Participar es convivir. Solo la muerte no se comparte, cada quien tiene la suya. Pero sí el duelo, compañero.




Participar de algo con otros supone ya formar parte de una comunidad: los que no tienen nada en común con nosotros, no cuentan. Eliminados en principio y por principio, los que no son de la “pirroquia” como “el pobre Simón” tampoco participan en su liturgia como la “tía Eustoquia” que sí lo era.



La participación ciudadana supone que todos somos ciudadanos ni más ni menos que el portero de casa o el alcalde de la ciudad. Y que en un régimen democrático todos formamos parte del pueblo cuya es la soberanía. Pero del dicho al hecho, aunque lo diga la Constitución, hay un gran trecho. Una distancia que, lejos de acortarse, parece aumentar cuando algunos servidores públicos requieren la participación de los ciudadanos en el trabajo que les concierne. Si conocieran mejor su oficio estarían a mandar como hace una servidora atenta que sabe lo que quiere su señora, no la engaña y menos aún le pide que le ayude en el servicio. La participación ciudadana bien entendida significa que cada uno esté en su lugar: que unos - es decir, todos - contribuyan a sufragar los gastos y controlen la marcha de la cosa pública. Y los otros, los que están en la Administración, estén al servicio del pueblo. Aquellos de pie, y estos si es preciso de rodillas.



La participación ciudadana no consiste en entrar en escena, que para eso están los representantes elegidos por el pueblo. Consiste de suyo en asistir, seguir y juzgar la representación. Los voluntarios, espontáneos o llamados por los actores de oficio no entran en el reparto ni tienen papel alguno en la función pública. En cambio los políticos de oficio - es decir, en servicio público - con papel asignado en la representación, no dejan de ser por ello ciudadanos y harían bien si de vez en cuando se comportaran como tales en la calle: no para eludir responsabilidades sino para ser más responsables y exigirse lo que los ciudadanos exigen. Que no se oye bien desde el balcón - y menos desde el sillón- el rumor del pueblo que corre por las calles sino el aplauso acaso desde abajo al personaje. Y más el ruido que la palabra. Por eso un alcalde está en su lugar también cuando está en la calle como ciudadano. Pero está sobre todo en su lugar cuando sirve al pueblo como alcalde. Lo que vale, por supuesto, para todos los servidores públicos, desde el último mono hasta el presidente del del Gobierno.



Llamar a la participación desde arriba es lo mismo que tender puentes levadizos desde una orilla sin acercarse a la otra. Todo lo que se haga en este sentido desde las instituciones, como crear una cátedra de participación ciudadana, es por lo menos ambiguo : ¿Qué es lo que se pretende? ¿enseñar a participar “oficiosamente”? ¿hacerse con una clac pagada con dinero de todos los ciudadanos?, ¿meter mano a los vecinos o echarles una mano? La participación deseada es obviamente la participación de la sociedad que cuenta en sociedad - no la de todo el pueblo salvo emergencia, que no es el caso - para colaborar en la gestión ordinaria y el desarrollo de los programas del partido que gobierna. De ahí que no se haga apenas esfuerzo para acercarse desde la función pública a la gente sencilla y más numerosa. Al contrario, la burocracia es tal que se necesitan expertos para cualquier trámite. Y para eso,en vez de ayudar desde dentro y facilitar el acceso, se recurre a los intermediarios. Se llama a los más influyentes y allegados, a los prosélitos de la puerta que frecuentan las instituciones, y se les invita a entrar para enseñarles a participar; es decir, se les prepara para que enseñen a su vez lo que es bueno para el servicio. Y para eso, si es preciso, se les enseña hasta latín, que es el argot de los representantes elegidos por el pueblo que ofician no obstante a sus espaldas. Estos intermediarios aprenden a leer la letra pequeña, las cláusulas, los reglamentos, a llenar los formularios, a seguir el protocolo: el rito de una liturgia en la que el pueblo soberano solo tiene que decir amén y ponerse en fila para comulgar con los ojos cerrados y la boca abierta. Sin enterarse de nada.



Si hubiera más transparencia y más atención a los ciudadanos, no haría falta enseñar a participar. Pero el poder delegado, aunque proceda del pueblo, también se esconde. Y el servicio público se hace servir.



José Bada

27-5-2016

No hay comentarios:

Publicar un comentario