DEMASIADO RUIDO
No es la fe cristiana
como cualquier otra un hecho observable ni mensurable
objetivamente sino subjetivo y muy personal. No hay estadísticas
fiables al respecto sino acaso de las respuestas que digan o nos
digan los presuntos creyentes. Aún suponiendo que la procesión
vaya por dentro en los que se llaman cristianos, los sociólogos se
ocupan sólo de las que salen a la calle; es decir, de lo que
salta a la vista y a veces ensordece.
Por supuesto nadie es
quien para juzgar o prejuzgar a quienes salen en procesión en Semana
Santa. No obstante - sin querer juzgar a nadie- sospecho que es
mucho mayor el ruido que las nueces; es decir, que son bastantes más
los que salen en procesión para tocar el bombo con la cara tapada
que los que creen a ciencia y conciencia con el corazón herido y a
pecho descubierto en Jesús llamado el Cristo. Y por supuesto menos
los creyentes que los turistas y público en general que asiste al
espectáculo.
Las cofradías poco
tienen que ver ya con la comunión de los santos y mucho con las
hermandades y asociaciones que expresan y celebran a su manera la
unión común entre vecinos de la misma comunidad. En un mundo
secularizado, de la religión queda lo que religa. Y relajada la fe,
pienso que hasta ésto que reúne todavía acabará por disolverse
en eventos de no te lo pierdas. Lo que sería una pérdida
irreparable, como un olvido de haberse olvidado. Traicionada la
tradición: convertido el culto en cultura popular y aquella en
tradición muerta y enterrada, se convierte ésta en artículo para
el consumo. Al repetirse sin ton ni son – es decir, sin sentido-
se multiplica como ruido que a nadie aprovecha para la vida y
menos para hacer la historia. Eso es a lo que llamo tocar el bombo:
un repique banal que mata y ensordece. Que insiste de fijo, pero no
existe en realidad de verdad. Un triste espectáculo, que
representa un drama triste que no duele a los figurantes y consumen
con morbo los turistas. !Es para devolver!
Todo lo contrario del
pan y la palabra que se comparte, de la vida y la convivencia, del
camino abierto que se recorre dando la cara y ofreciendo la mano a
los compañeros y al prójimo que lo necesita. Sobre todo a los
marginados - a las víctimas que yacen al borde del camino- para
que se incorporen. Parar y reparar en ellas – lejos de ser un
extravío- es una rectificación. Y ayudarles un atajo, un salto que
nos acerca de pronto al enteramente Otro: a la casa de todos si es
que hay Dios para nosotros que eso nunca se sabe. Pues se cree o
no. Y esa es la cuestión, y la cuestión es el hombre: Tú y Yo; es
decir, la persona.
En eso pensaba hace unos
días en Semana Santa - que llegó como siempre como las estaciones
del año- cuando rompe la hora y la costumbre el anuncio de las
elecciones que están al caer. Ojalá que con ellas comience otra
historia o se renueve. Hay encuestas que presumen los resultados,
pero lo que importa no es lo que se cuenta sino el recuento de los
votos. Y eso depende de los electores. Ojalá voten en
conciencia, que en secreto ya se hace. Ojalá vayan todos a votar,
no a echar la papeleta o hacer el papel porque les toca. Que eso
sería como tocar el bombo sin dar la cara. Pero ese deseo que
comparto en principio con la mayoría de los ciudadanos – eso
supongo- no quita el miedo y la sospecha que tenemos otros –
muchos, y no yo solo por desgracia- en este país. A fin de cuentas
es en la práctica el mismo pueblo que vemos en Semana Santa, el
mismo público aturdido o conmovido - ¡quién lo sabe! - que asiste
o participa en las procesiones y el que ha sido convocado para las
elecciones. Ojalá sea para bien: para hacer historia, y no para
hacer el memo....así en la tierra como en el cielo. Una democracia
sin demócratas convencidos es como una iglesia sin creyentes
practicantes. Los que tocan el bombo son igual en todas partes y ,
con frecuencia, los mismos.
Haz que no pase lo que
me temo. Y ojalá que no seas, compañero, la excepción que
confirme la regla. Y que el ruido no sea más que las nueces.
José Bada
25-4-2019
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