martes, 8 de enero de 2019

EN CAMINO HACIA LA PAZ



LA ESTRELLA QUE NOS GUÍA


El uno de enero ha celebrado la Iglesia la Jornada Mundial de la Paz. El Papa ha publicado su mensaje “urbi et orbi” para la ocasión invocando “la buena política al servicio de la paz”. Desear a todo el mundo aquella paz que está por ver y por venir es lo que toca al comenzar el año. Pero una cosa es el deseo, que no cuesta nada, y otro el esfuerzo para hacer las paces. Aunque sea verdad que hablando se entienden los hombres y que a gritos y a golpes se matan callando.

La buena política se hace en efecto para la paz cuando se habla para entenderse. No para vencer sino para convencer y convencerse. Con el diálogo, que es la palabra cabal o bien nacida: ni tuya ni mía, sino entre los dos como el pan que se comparte en el camino. Y el único medio entre personas a la altura de su dignidad. No el arma, sino el medio en el que nos encontramos. Ni el remedo, que eso es la polémica y la negociación acaso donde se impone a fin de cuentas el más fuerte o el más hábil. Pero un político es bueno en realidad de verdad cuando contribuye con otros haciendo las paces para que llegue la paz. Cuando es capaz de sentarse con todos en la misma mesa y hablar de todo para llegar sobre todo a una paz compartida entre todos sin excluir a nadie. De lo contrario, si todo queda en palabras, el político que las tiene no pasará de ser un tertuliano que se sienta con otros para vivir del cuento. A falta de pan buenas son tortas para los otros; es decir, para el pueblo que las padece mientras los malos políticos se comen el bollo y se chupan los dedos.

Para hacer las paces - que no la Paz, que hay que buscarla siempre - hace falta también una estrategia con los pies en tierra. Abrirse al otro, a los otros, y hacer la historia en vez de contarla o vivir de ella: poner el pasado al servicio del futuro y sacar adelante la experiencia: poner a prueba la esperanza, que trabaje. Paso a paso: con un pie en tierra y otro en el aire. Dejando atrás los errores, de fijo, y probando el sentido de la marcha pisando con determinación. Viviendo en compañía y compartiendo la vianda a la par que el camino que llevamos y nos lleva a la casa de todos nosotros. Celebrando en cada encuentro un anticipo de la Paz, que son las paces ¡Nada más y nada menos! O el camino que va, la paz en carne mortal que se acoge y recoge en la Paz que está por ver y por venir después de todo. Y los otros - el prójimo- un anticipo del Otro si lo hay para todos nosotros pues nunca se sabe. Ya se verá. Y si no, ha valido la pena. Eso pienso y eso creo.

Una política realista tiene que ver con el poder... La realidad es la que es y, para cambiarla, hay que conocerla primero. No vivimos en el mejor de los mundos posibles y la buena política es para mejorarlo. No para lamentar lo que hay ni desear solamente la Paz sin hacer las paces con las manos en la masa. No solo con la mano tendida y el corazón abierto, sino también con el poder legítimo contra la violencia bruta cuando sea necesario. Que el poder no se detiene con palabras. Los buenos políticos no ponen la otra mejilla, como los santos para ir al cielo. Los buenos políticos responden de la paz en la tierra, no solo de su alma, y no pueden permitirse seguir ese consejo cuando está en juego la paz de otros. Dejarían de ser buenos políticos y , en su caso, personas buenas y responsables.

Vivir dentro de un orden es lo menos que se puede . Y por tanto, vivir todos bajo la misma ley. Pero puesta la ley, puesta la trampa. Lo que justifica, contra los tramposos, el poder legítimo que haga valer la ley para la paz. Un orden perfecto, efectivamente justo, es en la práctica imposible dada la condición humana. Con estos mimbres - y no hay otros- no es posible otra cesta que una democracia imperfecta hecha con demócratas más o menos perfectos. Que todos seamos iguales bajo la misma ley, sin excepciones, y que la pague quien sea cuando la hace del rey abajo depende del pueblo soberano; es decir, de todos los ciudadanos en principio y más de los que más pueden. O de la mayoría. Porque en definitiva vivir dentro de un orden establecido depende del poder que lo establece. Pero el poder, de suyo, no tiene límites: hace todo lo que puede hasta que es limitado por otro. Por tanto la mejor democracia, para ser más perfecta, debería ser más igual en el reparto del poder entre los miembros del pueblo soberano. Pero esto sólo es posible en la medida en que aspiremos todos a superar lo menos que podemos pedir: un orden efectivo bajo la misma ley.
Lo más que podemos desear, el colmo, no es vivir bajo la misma ley. Sino por encima de la ley, desde la libertad. Mírese como se mire el amor es la perfección de la justicia, y más allá de la igualdad está por ver y por venir la fraternidad. O la Paz que ya no está en nuestras manos, pero no hay que perder de vista como la estrella que nos guía.


José Bada
3-1-2019


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