sábado, 22 de diciembre de 2018

LA NUEVA RELIGIÓN


El PESEBRE
El Ayuntamiento de Barcelona “ha montado un belén”, instalando un pesebre en la plaza de Sant Jaume sin la presencia visible de las figuras del Nacimiento. Al sugerir apenas la presencia del Niño, la Virgen y San José en unas sillas vacías, se hace más notable su ausencia. Y sin la mula y el buey, lo que queda a la vista no es un pesebre sino una mesa dispuesta para los invitados. Por otra parte sin ángeles ni pastores el anuncio está cantado: no es la paz en la tierra a los hombres de buena voluntad y la gloria a Dios en las alturas. Es acaso el buen rollo en casa y entre los comensales lo que se desea. ¿Y qué decir del “caganer”? Pues eso, que se nota su presencia en el deje de la obra o en lo que deja el personaje. Más que un belén laico como se ha dicho -habría que verlo, yo hablo sólo de oídas- me parece una alternativa laicista para celebrar un evento de “no te lo pierdas”.
Sea lo que fuere, el belén ya está montado. Y con eso y por eso el escándalo, la polémica y el grito. Pero me temo que apenas la reflexión y la palabra compartida que es el diálogo. Como si la boca que sirve para callar y también para hablar, sirviera solo para comer y a veces para morder. Dejando lo segundo y lo tercero que sería gritar, prefiero pensar en silencio y decir lo que pienso a propósito del caso. Hay quienes han calificado de un “bodrio” el dichoso belén y se han despachado así – despreciando la “sopa boba”- de la ocurrencia de Ada Colau. “Desde la Iglesia – ha respondido el Arzobispado de Barcelona - somos partidarios de hacer belenes que puedan ser disfrutados y entendidos por todos, especialmente por los más pequeños. Es el caso del pesebre que se puede visitar en el claustro de la catedral, a 200 metros de la plaza de Sant Jaume". Otros han valorado que se recupere con iniciativas semejantes la celebración pagana de los solsticios de invierno. Por mi parte confieso que me interesa más la historia que los ciclos de la naturaleza. Y más el mundo que hacemos y la vida que llevamos que las estaciones del año.
La anécdota de ese pesebre nos remite al contexto de un mundo que fue cristiano y que lo es cada vez menos. A un pueblo que hizo la historia y ahora la consume, que toca el bombo de Pascuas a Ramos cuando le conviene. Con santos o sin ellos, ¡qué más da! Lo mismo en una procesión que en una manifestación, a pedir de boca de los turistas y para los turistas, en la plaza o en la iglesia, o como los hinchas en el campo de fútbol. Porque importa sólo el recurso: lo que se cotiza y vende, lo que se consume.
Y lo mismo en Navidad. No es el Niño. Son los niños, la familia, los amigos, la comida de empresa, las luces en las calles, el árbol y los regalos, la cesta, la campaña, las rebajas, el Papá Noel y los Reyes Magos al servicio del mercado igual que los padres que suelen ser los paganos que más pagan. Ese es el tema del que se habla. Y el problema que se padece es el consumo que las mata callando y consume a los consumidores. Ya no es la tradición en la que se vive y a la que se da vida, es la tradición consumida y sacrificada al consumo de todo lo que se ofrece. El consumismo es un derivado de la religión malentendida, un rito o rutina que calma como el opio a los individuos y satisface de momento el hambre individual. Un paliativo de la angustia que padecemos. La propaganda de la fe ha sido desplazada por la publicidad, y el pan bendito sustituido por los productos que se expenden en las catedrales del consumo donde no falta nada para el cliente que pueda pagarlo.
En este belén o pesebre que se monta en nuestro mundo con el mercado no hay pastores que den su vida por las ovejas. Lo que hay son “ganaderos”, como en las granjas . Y ovejas, muchas ovejas que engordan sin conocimiento. Que balan a la vez por su cuenta y calla cada una cuando le echan pienso. Sin compartir, sin participar: cada oveja a lo suyo. Sin compasión. Sin nada que las una salvo el hambre, que no el pan. Sin comulgar. Que no es el consumismo una religión para convivir sino para comer y engordar. La comunión de la comunidad, que persiste en compañía y es compatible con el silencio, ha sido desplazada ya por la comunicación permanente entre contactos y encuentros eventuales. El pecado de esta religión perversa es la causa de la “obesidad mórbida” en la que uno cae por su propio peso y se hunde solo en la miseria.
¡Felices pascuas y buen provecho, compañeros! Es lo que para todos como para mí deseo. Sin ironía y con mucha añoranza.
José Bada 20-12-2018

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