miércoles, 20 de junio de 2018

NO SEAMOS "IDIOTAS"

NOS QUEDA LA PALABRA

No es lo mismo el dolor de muelas que el recuerdo que tenemos de ese dolor. El recuerdo no duele, o duele menos sin duda alguna. Pero sólo sabe de verdad qué es un dolor de muelas quien lo tuvo. No el dentista, que conoce los síntomas y el remedio. Eso le dije, indignado, a un amigo mucho más joven que yo que hablaba de la Guerra Civil en España a tontas y a locas sin saber del asunto de la media la mitad y eso por referencias.


Soy un niño de aquella guerra que padecí a los seis años. No la hice, pero los niños de mi generación padecimos la guerra y sus consecuencias que duraron hasta la transición a la democracia en España y más acá en el recuerdo. Aquello ha sido y sigue siendo para todos nosotros y nosotras que todavía vivimos , una experiencia inolvidable. Los historiadores que lo cuentan son hoy en general como los dentistas. No son testigos, son intérpretes de los testigos que hablan cada vez menos no por ser viejos - que a los viejos nos gusta hablar y más que nos escuchen, oiga- sino por estar muertos. Lo hicieron unos - los “vencedores”- primero y demasiado, y casi nada después -o en voz baja hasta la Transición - los testigos que fueron “vencidos”.

Que los muertos entierren a los muertos, se dirá. Vale. Que pase el dolor , por supuesto. Y si ese es el fuego que abrasa, que nadie eche leña. Pero recordar, compañeros, no es olvidar: es poner la memoria al servicio de la esperanza. Porque un mal pasado es lo que ya no es y puede ser todavía, ¡ay!, si nos olvidamos de lo que nunca debió haber sido. El pasado que se olvida sigue oculto en sus consecuencias y las mata callando. Y el silencio sobre un mal pasado se convierte entonces en un presagio de que vuelva después gritando para hacer otra vez de las suyas. Ni olvidar es perdonar ni recordar lo contrario necesariamente. Puede ser también y debería ser siempre mantener viva la memoria y calentar motores para emprender la marcha hacia delante.

Pronto no habrá testigos de la guerra que fue y nunca debió haber sido. Solo habrá documentos, monumentos y consecuencias mudas que no dicen nada de suyo si no se interpretan. Aquella guerra la hicieron los hombres y mujeres que no se entendieron hablando. No los infantes que la padecimos: los niños, quiero decir, sino los malos políticos que no se entendieron con la palabra y se mataron con las armas. La fiel infantería criminal de militantes y milicianos, los fanáticos de ambos lados. Aquello fue una barbaridad y , por tanto, un fracaso de la política. Los “hunos” se alzaron contra un gobierno legítimo, los golpistas, y otros -no menos bárbaros- en vez de luchar por la República lo hicieron por el Partido acaso o se quedaron en la retaguardia para hacer a golpe de pistola un estado libertario en cada pueblo. Hubo excepciones, por supuesto y -todo hay que decirlo- no debemos olvidar nunca que empezaron los primeros. Los de la derecha que confunden hoy el tocino con la velocidad, que dicen eso del gobierno socialista sin ninguna gracia: lo del golpe, me refiero, son herederos naturales de la dictadura. Mientras que la izquierda del derecho a decidir me recuerda hoy los desastres de aquella utopía libertaria.

Después de la Transición que fue un paso decisivo de los españoles en el buen camino, ha sonado de nuevo para todos nosotros la hora de hacer política: historia humana, buena y de verdad. En vez de consumir la que se cuenta -que eso es literatura- hay que hacer la que nos toca como se hace el camino al andar. Que arrieros somos todos y tenemos que ayudarnos unos a los otros para desatascar el carro que nos lleva a casa: a la de todos, que no existe aún en ninguna parte. Viva la libertad responsable. La que camina, la que se abre, la que va siendo. Y ven conmigo a buscarla, que diría Machado.
Más allá de la guerra que atrás queda y no es probable que vuelva, no al menos como segunda edición en nuestro mundo - es decir, en la parte del mundo mundial en el que afortunadamente vivimos- más allá de la estrategia y de la negociación incluso para conseguir lo que uno puede y quiere, nos queda la palabra cabal para entendernos los unos a los otros como personas. Como “políticos” o ciudadanos que es como se llamaban los demócratas atenienses para distinguirse de los “idiotas” que iban cada cual a lo suyo, a su negocio o a su bola como decimos hoy. Para avanzar juntos, compañeros, hasta llegar a casa todos nosotros nos queda la política correctamente entendida. Que no es hablar por hablar, sino hablar para entenderse. Ni un un cuento, sino un compromiso muy serio en el que nos va la vida humana y la historia de la humanidad.

José Bada


 16-6-2018

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