sábado, 9 de junio de 2018

LA OCASIÓN DE LA POLÍTICA



LA PINTAN CALVA



Después de todo, y es mucho lo que ha pasado en este país, nos llegó el tiempo de hacer política. O mejor, la ocasión. Esa que pintan calva y hay que coger por los pelos. Ojalá no se pierda, ni la perdamos nadie. Ni los hunos ni los otros, o los godos. Pues todos seremos bárbaros si ese es el caso, si el grito ensordece y la palabra no se escucha, si la estrategia de la guerra no cede al diálogo y los hombres no se entienden hablando.


Decía Aristóteles que los humanos somos políticos y vivimos en las ciudades, en la polis, porque somos animales racionales con capacidad de hablar y de entendernos hablando si queremos. Pero si no queremos somos entonces como los bárbaros que chillan y braman igual que las bestias, o como los pájaros de la selva que emiten solo unos sonidos para marcar su territorio sin decir nada. En realidad, somos entonces peor que los animales.

El desprestigio de la política se debe al mal huso que hacen de la palabra no solo los políticos que gobiernan sino también los ciudadanos que no hablamos siempre como personas ni con todas las personas. Porque apenas escuchamos y utilizamos la palabra sobre todo como un arma para ganar. Pero eso es la guerra en la que perdemos todos. Dejamos de ser animales que hablan y nos convertimos en peor que los animales que matan para sobrevivir como especie. Convertidos en bárbaros ni siquiera luchamos ya por la especie humana. Si el colectivismo humano es una clase de egoísmo ampliado a los nuestros, el egoísmo no es más que un colectivismo reducido al individuo. En el primer caso somos una banda contra todos los otros, en el segundo una bala perdida que mata a cualquiera que se cruce en su camino.



No obstante la fraternidad es nuestro destino y la casa común la humanidad. Somos como espigas sembradas por los montes, que reunidas en la cosecha sirven para hacer la harina y con la harina el pan que se comparte en el camino: la vianda, ¿usted gusta? Somos así compañeros y compañeras, si vamos a la misma casa como personas llevando cada quien el fardo que se ofrece y no se traga ni se impone, que vamos por el camino que queremos cuando todos nos queremos. Cuando compartimos el pan, la palabra y el camino que va a la casa común de todas las personas, somos -es decir, vamos siendo- personas buenas como trigo limpio y el pan integral. Y de lo contrario, como la cizaña: individuos que no van a ninguna parte, que no se abren y se hunden en la fosa común de los iguales o en el agujero singular de la propia miseria.

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