LA PINTAN CALVA
Después
de todo, y es mucho lo que ha pasado en este país, nos llegó el
tiempo de hacer política. O mejor, la ocasión. Esa que pintan
calva y hay que coger por los pelos. Ojalá no se pierda, ni la
perdamos nadie. Ni los hunos ni los otros, o los godos. Pues todos
seremos bárbaros si ese es el caso, si el grito ensordece y la
palabra no se escucha, si la estrategia de la guerra no cede al
diálogo y los hombres no se entienden hablando.
Decía
Aristóteles que los humanos somos políticos y vivimos en las
ciudades, en la polis, porque somos animales racionales con
capacidad de hablar y de entendernos hablando si queremos. Pero si
no queremos somos entonces como los bárbaros que chillan y braman
igual que las bestias, o como los pájaros de la selva que emiten
solo unos sonidos para marcar su territorio sin decir nada. En
realidad, somos entonces peor que los animales.
El desprestigio de la política se debe al mal huso que hacen de la
palabra no solo los políticos que gobiernan sino también los
ciudadanos que no hablamos siempre como personas ni con todas las
personas. Porque apenas escuchamos y utilizamos la palabra sobre
todo como un arma para ganar. Pero eso es la guerra en la que
perdemos todos. Dejamos de ser animales que hablan y nos convertimos
en peor que los animales que matan para sobrevivir como especie.
Convertidos en bárbaros ni siquiera luchamos ya por la especie
humana. Si el colectivismo humano es una clase de egoísmo
ampliado a los nuestros, el egoísmo no es más que un colectivismo
reducido al individuo. En el primer caso somos una banda contra todos
los otros, en el segundo una bala perdida que mata a cualquiera que
se cruce en su camino.
No
obstante la fraternidad es nuestro destino y la casa común la
humanidad. Somos como espigas sembradas por los montes, que
reunidas en la cosecha sirven para hacer la harina y con la harina el
pan que se comparte en el camino: la vianda, ¿usted gusta? Somos
así compañeros y compañeras, si vamos a la misma casa como
personas llevando cada quien el fardo que se ofrece y no se traga ni
se impone, que vamos por el camino que queremos cuando todos nos
queremos. Cuando compartimos el pan, la palabra y el camino que va a
la casa común de todas las personas, somos -es decir, vamos siendo-
personas buenas como trigo limpio y el pan integral. Y de lo
contrario, como la cizaña: individuos que no van a ninguna parte,
que no se abren y se hunden en la fosa común de los iguales o en
el agujero singular de la propia miseria.
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