¿HOSTILIDAD
U HOSPITALIDAD?
El
presidente del PAR, antes de comenzar la campaña electoral, dio la
consigna a los militantes de su partido y a los del PP,
diciendo a todos ellos - los de la antigua y nueva alianza- lo que
dijo Jesús a sus discípulos: “Amaos los unos a los otros”,
que
en eso conocerán -supongo que supuso A. Aliaga- no que fueran los
suyos -que sería suponer demasiado- pero si al menos alumnos de la
misma escuela. En el contexto en el que pronunció lo que dijo el
sermón se conviertió en arenga, con voz de alarma y música “de
prietas las filas”. Distinto hubiera sido de haber dicho también
: “Amarás al prójimo como a ti mismo” y, no digamos ya, si
les hubiera hablado como Jesús de amar al enemigo. Pero no tocaba,
obviamente. Y así transformó la buena noticia en zafarrancho, el
mensaje evangélico en estrategia y el amor fraterno en una
táctica.
Los
que van a lo suyo extienden el amor a los suyos: a los hermanos, a
los compañeros y esto a duras penas, difícilmente a los otros y
nunca al enemigo exterior. La fraternidad, la amistad, el
compañerismo y lealtad entre socios o camaradas, ni siquiera el
buen rollo entre frailes o sorores de una misma comunidad es nada
fácil. Mientras el enemigo exterior concita la unidad y la
conforta, el mayor peligro para un partido son las facciones internas
que lo dividen. En eso pensaría sin duda el presidente del PAR
cuando urgía a los militantes que se amaran los unos a los otros.
Como todos los dirigentes políticos, que piensan lo mismo aunque no
lo digan. El amor fraterno entre iguales rebasa apenas el nivel de
la justicia a la que funda dentro de un grupo: al hermano como a uno
mismo, ni más ni menos. Pero ese amor confinado, doméstico o
estratégico, con ser difícil no es aún ni de lejos amor al
prójimo.
El
amor al prójimo no excluye el amor fraterno, pero no es como éste
lo que cabe exigir y esperar dentro de un grupo de “pobres diablos
con tal que sean inteligentes y se comporten racionalmente” (como
pensaba Kant). El amor al prójimo es amor sin fronteras, como el
amor del Buen Samaritano. Se extiende más allá de la justicia, es
gratuito, no tiene precio ni exige correspondencia como condición
necesaria. Se acerca al otro y es esencialmente expansivo. Prójimo
es siempre otro que necesita ayuda, no un cómplice o uno de los
nuestros contra los otros. Y también el que se aproxima para ayudar
a otros. “Prójimo” no es una categoría social establecida, sino
quienes se encuentran en el camino: en una situación histórica,
aquí, donde el amor llega a ser un acontecimiento. No por ahí en
cualquier parte sino precisamente aquí y ahora, que es el lugar y el
momento de la responsabilidad . De la decisión.
Lo
que hay que hacer en cada situación no está escrito en ningún
código ético. Lo que es moralmente bueno en general no es bueno en
cualquier situación; no es bueno, por ejemplo, dejar que se ahoguen
todos los que van en un mismo barco cuando podrían salvarse algunos
aligerando su carga. En esta situación, el capitán ha de elegir y
decidir a quienes salva y a quienes tiene que abandonar a su
suerte. No echando una moneda al aire, sino lo mejor que sepa y pueda
bajo su responsabilidad. Con mucho coraje y arrojo del corazón, no
con la ley en la mano aplicada al pie de la letra sino depurada en
cada situación parea salvar su espíritu. Porque “la ley se hizo
para el hombre y no al contrario”, como enseñó Jesús a sus
discípulos a propósito del descanso sabático que guardaban con
rigor los fariseos (Mc. 2,27 y 28),
El
recurso a un imperativo categórico meramente formal: “Obra
sólo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se
convierta en una ley universal» (Kant), también ayuda poco en los
casos concretos. Sirve para legislar y andar por casa bajo la ley.
Pero no para salir de la situación y para gobernar, nos dice “cómo”
actuar pero no “lo que” debe
hacer cada quien en cada caso. Lo contrario del imperativo categórico
es justamente la exigencia de la situación: “Haz lo que tú solo
puedes hacer y lo que nadie en tu lugar podría hacer por otros”
Estar a la altura de la situación es responder a las exigencias del
amor al prójimo, aproximarse a los otros para ayudarles lo mejor
que uno sepa y pueda. Emplearse a fondo -con determinación- donde
está el reto; pero también el peligro y la salvación, la libertad
y la obligación, donde se decide el amor y desde el amor lo que
cada uno debe hacer en la vida, más allá de la letra que mata y de
los formalismos vacíos que no aterrizan.
Ahí quisiera ver a nuestros políticos en el gobierno. No como
dirigentes elegidos por los suyos y para los suyos, sino como
gobernantes que saben y quieren aproximarse y aproximarnos a los
otros sin exclusión. A todos, también a quienes rodean hoy Europa
como hicieron los hebreos con las murallas de Jericó. Pasar de la
hostilidad a la hospitalidad, del amor fraterno al amor al prójimo,
es hoy el imperativo de la situación. Y el camino, solo el camino
en el que hay que dar muchos pasos.
José Bada
12.12.2012
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