PARA LA LIBERTAD RESPONSABLE
LA BUENA EDUCACIÓN
“Un
joven apuñala a un educador en un centro de menores” Bajo ese
título se informaba recientemente en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN de un
suceso tremendo - no tan infrecuente por desgracia como podría
parecer- y escandaloso en extremo no tanto por su interés como
noticia cuanto como síntoma de un problema que debería
preocuparnos a todos: la educación deficiente que se imparte no
solo en la escuela, que también, sino en muchas familias y en una
sociedad donde se fomenta el consumo de todo lo que se ofrece en el
mercado de este mundo.
O del mundo como mercado - que así se
entiende en general- donde el clima dominante corrompe la voluntad
humana al reducirla al capricho de las cabras o instinto animal de
mera supervivencia o disfrute inmediato, extendiendo y repitiendo -
en el espacio y el tiempo, por la palabra y la imagen - el eslogan de
“no te lo pierdas” o “comprate eso que tu lo mereces”.
El
pataleo de los niños en un supermercado: “¡Mamá, cómprame
algo!”, y la satisfacción cuando lo tienen hasta nuevo aviso o
reclamo de otra cosa, cuando cede mamá, es el comienzo de una mala
educación que puede traer consigo de esos lodos aquel barro. Lo que
procede ante sucesos tan lamentables como la agresión de un alumno
a su maestro, no es tanto limitar la información para evitar que se
imite en otros centros, sino meditar, reflexionar y actuar cuanto
antes sobre la mala educación que se da a los hijos, a los alumnos y
a los futuros ciudadanos de este país. Ya vale.
Educar
no es iniciar para el consumo, que eso es domesticar con la zanahoria
en el mejor de los casos. Ni reprimir la libertad con el palo, que
también. Ni meramente enseñar o preparar a los jóvenes para que
sean buenos empleados; que eso es adiestrar a los aprendices sin
preguntarse para quienes serán si lo son hombres y mujeres de
provecho, que esa es otra: ¿Por qué no pensamos más en el paro de
los jóvenes, de “la generación mejor preparada de la historia”
como se dice, y en la gran frustración que dicho paro comporta? Ni
hablar de valores, que tampoco eso es propiamente educar. Que no,
que no es una asignatura lo que se echa en falta. Sino una
orientación educativa de todo el sistema educativo. Que se puede
enseñar religión educando para la ciudadanía, para la paz, para el
diálogo y la convivencia y hasta si me apuran enseñando
matemáticas. Si es que educar, si bien lo entiendo, no es
propiamente enseñar nada y menos que nada los dientes, sino educar
desde la libertad y la responsabilidad -no es posible la una sin la
otra- e inseparablemente para ambas. Y esto solo es posible desde
una autoridad reconocida libremente,que se hace valer con el ejemplo,
y nunca se puede acreditar con títulos académicos ni ganarse en
unas oposiciones.
Una
enseñanza técnica preferentemente o científica, que relega la
filosofía y las humanidades – por no hablar de la enseñanza
crítica de la religión que está en el mundo por lo menos tanto como el
fútbol o el dinero, aunque no de la catequesis que no debiera estar
en la escuela - no contribuye en absoluto a la buena educación.
Ahora bien, ese no es el problema: que no es la materia asignada
sino el método pedagógico. Cuando todo lo que hay que enseñar es
lo que va para exámenes y los alumnos aprueban solo y siempre que
respondan con las respuestas prescritas a las posibles preguntas,
cuando solo se puede preguntar en clase aquello que está en el
programa, aunque se quite la religión como asignatura quedará el
método catequético. Y se convertirá la enseñanza, que es
distinta, a todo lo contrario a la buena educación desde la libertad
y la responsabilidad. Porque es así como se elimina o descuida la
libertad de pensamiento que necesita tiempo y distancia y se la
toma; mientras que la urgencia del estímulo, la publicidad, el
prestigio de la marca, el pedir de boca, el consumo inmediato y la
satisfacción del momento, lo reducen al silencio. Y la voluntad
racional y responsable, que considera y respeta a los otros, cede
ante el capricho caiga quien caiga. Sea este el profe,el padre, el
pastor o cualquier otro que se ponga en el camino. Y el vivo al
bollo; es decir, el cabrito.
La
buena educación está pidiendo a gritos menos doctrina y más
disciplina. Más libertad para pensar y preguntar, que la verdad no
se impone: convence o se busca, pero no se traga. Y un respeto, por
favor, a los otros: a cuantos no imponen sus convicciones a nadie y
dan testimonio de las suyas honestamente. Y todo eso dentro de un
orden, que haga posible el diálogo y la convivencia, la libertad y
la responsabilidad.
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