viernes, 22 de enero de 2016

LA PALABRA Y LA MÚSICA



ACORDES Y ACUERDOS





El sábado 16 de enero asistí a un concierto en la sala Mozart del Auditorio de Zaragoza. La Joven Orquesta Nacional de España, dirigida magistralmente por G. Pehlivanian, interpretó la obra de José Peris “Variaciones sobre una Pavana de Luys de Milán” y la “Séptima Sinfonía”- del Opus 60, “Leningrado”- de Shostanakovich. En música me considero profano: un lego de la calle o prosélito de la puerta sin iniciar, como todos los niños españoles de mi edad educados en una escuela donde aquella tampoco entraba.



 Mi relación con la música no ha pasado de ser una experiencia colateral desde la infancia, lo lamento. En Munich donde coincidí unos años a mediados de los cincuenta con José Peris Lacasa y Rafael Frübeck de Burgos en el Colegio Español -la residencia universitaria recién inaugurada en Dachauerstrasse 145- nos preguntaban por el instrumento que tocábamos y yo respondía, avergonzado, que ni la flauta por casualidad. Y obviamente, los alemanes se extrañaban. El maestro José Peris es de Maella y yo de Favara, los dos nos bañamos en el mismo río y hablamos la misma lengua materna en sendas variaciones vernáculas. Pero cuando yo canté misa en la iglesia de mi pueblo, hacía tiempo que él tocaba ya el órgano en la parroquia del suyo.



Hoy pienso que las personas se entienden hablando, que nadie escucha si no responde y que la palabra y la música - aunque distintas- vienen del silencio. Ya se diga o se toque, se rece solo o se cante, la palabra y la música se escuchan , a diferencia del grito y del ruido que se oyen solo y ensordecen. Lo último que oímos antes de entrar en el Auditorio fue por cierto el griterío de la Romareda y lo primero que escuchamos, ya sentados, antes de empezar el concierto, fue: “Apaguen los móviles, por favor”.


En eso “pensaba” precisamente sin pensar – o mejor lo “sentía”, ahora que lo pienso - cuando escuchaba lo inefable. Cuando el sonido nos envolvía, nos acogía, y nos llevaba a los presentes para recogernos como gotas en el mismo mar donde late el silencio y nos conmueve, esa inmensidad.... Codo a codo el uno con el otro, José y José, nos encontramos en el Auditorio después de muchos años. Y con nosotros y todos los otros, que estaban allí presentes -eso creo-, desee encontrarme en un nosotros cada vez más amplio. Y pensé de pronto en un instante – o eso pensaba sin discurrir, atento y atónito, como se piensa en todo sin hacer cuentas- que la música era la voz del silencio que llama y se deja escuchar por cuantos se abren y entrando en ellos los desborda. Pero esa voz, con ser mucho, no pasa de ser un medio necesario para acceder a una experiencia estética del sentido de la música. Mientras que el sentido de la vida se manifiesta y se siente en la vida misma , cuando la pregunta que somos nos lleva y se lleva con responsabilidad, cuando la mantenemos abierta -sostenida- y nos sostiene, en la vida que responde y se desvive, la que se da y se recibe en la convivencia: aquí. Sin andar por ahí como la gente que está demás en todas partes y nunca donde se necesita, o como algunos políticos que también están en la higuera o en el mercado. Ya griten los hinchas en las gradas o los diputados en los escaños, es una barbaridad. No es estar aquí. Aquí es el lugar de la responsabilidad. Estar en el parlamento si no se escucha es lo mismo que estar en un auditorio con el móvil encendido. No basta con asistir a un concierto y , menos aún, al parlamento si no se responde buscando un consenso.



Concierto y consenso, acorde y acuerdo, concordia, recuerdo...., buenas y hermosas palabras. Recordar es traer al corazón abierto: no al hoyo ni al bollo, ni cada cual a su bola -que eso sería egoísmo cerril- sino al abismo insondable que nos reúne, las diferencias y los problemas del mundo en que vivimos. Para resolverlos humanamente. Que eso es altruismo que se abre, cordura, sentido común y voluntad de llegar a un consenso: concordia, para convivir en paz y buena compañía.Y lo contrario rencor y obcecación, ganas de enredar y de ganar, violencia y guerra.



En una sociedad competitiva en la que importa más saber hacer cualquier cosa y saber vender lo que se hace que saber vivir humanamente, se antepone al bien común la ganancia privada de los individuos y la estrategia de los partidos que luchan por el poder al buen gobierno. El egoísmo salvaje es como simiente sembrada a voleo en todo el mundo y la cosecha en el campo de la política, aquí y ahora, es en España sin ir más lejos la crisis que padecemos. De la crisis de gobierno no se saldrá con otras elecciones. Hace falta una elección más radical.


22-1-2016




                                De mis PEnSADFILLAS (Cfr. , supra , cap.23)
         
         El eco del silencio

 

La música acontece

en el tiempo.

Igual que la palabra

que sale del corazón,

existe en el habla

y alcanza

su perfección

en quien la escucha

y la recoge entera

en el recuerdo.

La música resuena

sólo a la vez en un momento

cuando descansa

y reposa - ¡ay! - en el silencio

















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