La democracia "esbafada"
El
21 de Abril de 2009 murió el "Cura de Favara". Sus amigos
crearon la Asociación Wirberto Delso (AWD), que todos los años
organiza en Favara un foro abierto a cuantos ciudadanos se interesen
por lo que a todos concierne. El primero fue sobre "La crisis
como reto global". El segundo se convocó con el lema "Seguro
que hay otra salida", se concentró en la crisis económica y
tuvo lugar en la misma villa el 17 de Noviembre del año pasado con
la aportación de una interesante ponencia de Arcadi Oliveres. Y en
el tercero, que se anuncia para el día 30 de los corrientes, se
debatirá sobre "La crisis de las instituciones y la
desmoralización social" después de introducir el tema el
filósofo M. Reyes Mate y la que fuera Directora General de
Instituciones Penitenciarias, Mercedes Gallizo.
La crisis de las instituciones públicas del Estado y de las
privadas como la Iglesia es obvia. Según todas las encuestas los
políticos están a la altura de los obispos, por debajo del
ejército, y a ras de tierra con los banqueros, lo que denota una
desconfianza generalizada en las instituciones. El estado de ánimo
de los ciudadanos frente al Estado y sus instituciones, va parejo
con el estado de ánimo de los fieles frente a la Iglesia.
La
así llamada sociedad civil, la establecida y acomodada, la
organizada en fundaciones, institutos, asociaciones y empresas de
todo tipo y negocio: la sociedad no gubernamental que critica al
gobierno del que vive o le halaga para vivir de él y cuantos
participan incluso del gobierno entrando por la puerta de atrás sin
entrar en los partidos, también está bajo sospecha del pueblo
soberano que nunca ha llegado a serlo de verdad. Esa sociedad civil,
la que cuenta, ha sido y sigue siendo la sociedad burguesa.
Ahora
bien, las instituciones son necesarias. No menos que el cuerpo lo es
para el alma, el orden para la convivencia y la letra para el
espíritu de la ley. Pero cuando una institución se pervierte y en
ella domina el cuerpo, el orden y la burocracia, muere el espíritu
que la fundó y solo queda el aparato y el esqueleto de la
corporación. En realidad no son las instituciones las que se
pervierten sino quienes las ocupan. Una institución sin espíritu
es el producto de un mal servicio al pueblo y la ocupación de ella
por los peores "ministros". En todo caso las instituciones
envejecen y se hacen inservibles cuando no se reforman para servir a
la vida que nunca se para. Pero los que se pervierten y las
pervierten son los que se instalan en ellas, los que se acomodan, los
"okupas" que están y no las cuidan, los que se aprovechan
de su posición y no dimiten mientras puedan sacar algo. Una
institución es de suyo lo que no se mueve: los hombres pasan, las
instituciones quedan. Pero cuando se quedan los hombres que van a lo
suyo, las instituciones caducan. Los banqueros que arruinan los
bancos y se forran, los gobernantes que desmontan el Estado de
bienestar sin renunciar al suyo y todos los "clérigos"
-consagrados o no, los expertos- que viven de las instituciones sin
prestar el servicio que se supone deberían prestar: esos son los que
las matan.
Frente
a todas esas instituciones desvirtuadas que ya no sirven, hay
otra sociedad civil que no cuenta o cuenta menos para el Estado: es
el pueblo llano y el colectivo del hombre de la calle o ciudadano de
a pie. Lejos de las instituciones y fuera de ellas - contra ellas,
incluso- hay un estado de malestar y una sociedad desmoralizada.
Salvo individuos cabreados que se echan al monte o a la plaza para
luchar contra molinos de viento, esa sociedad aguanta lo indecible y
no se mueve. Y cuando hay mareas, faltan los pilotos para llegar a
puerto. La pregunta es entonces cómo levantar la moral necesaria
para hacer un mundo nuevo. Cómo reformar las viejas
instituciones, desocupar las ocupadas por el egoísmo individual que
las corrompe, crear otras: inventar odres nuevos para vino nuevo, esa
es la cuestión. Recuperar el coraje perdido, realizar la justicia
pendiente de las víctimas, poner a trabajar la esperanza, encarnar
las buenas ideas, acuñar los mejores valores y ponerlos en
circulación: ese es el problema. Dar cuerpo al espíritu, fijarlo
aquí y ahora: con los pies en tierra y de cuerpo presente: ese es
el reto.
Pero una sociedad civil a granel -la del pueblo llano- es hoy por
hoy una masa sin fermento y un colectivo desmoralizado, que no está
a la altura de las circunstancias. Por el contrario la "virtud"
del príncipe, de todos los príncipes de este mundo, resiste aún en
las instituciones y por eso domina en todas partes el clima general
de una democracia pretérita, imperfecta, caduca, "esbafada"
y sin embargo obstinada. ¿Qué hacer? La solución es más
democracia, pero eso no viene de arriba. Y para llegar tan alto
desde abajo se requiere mucha moral y una fe que mueva montañas.
¿Dónde están las reservas?
José
Bada (17-11-2013)
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