sábado, 27 de enero de 2018

CALCULAR O PENSAR


VALOR Y PECIO



La cualidad indica la propiedad de las cosas o diferencia que las distingue unas de otras. La bondad es por ejemplo la cualidad de las cosas buenas y la belleza de las que son bellas. La cantidad en cambio es la medida de lo que hay, que puede ser más o menos de lo mismo. Una docena de huevos, por ejemplo, siempre serán doce y más que uno aunque esté sano y los demás podridos. La calidad es la clase mejor o peor de los individuos - sean tomates o huevos - que siendo lo que son todos lo mismo, no son sin embargo igual de buenos dentro de la misma especie.


En un mundo en el que prevalece la cantidad sobre la cualidad se borran las diferencias y no se advierte la calidad de las cosas. Le pasa entonces a la gente en general lo que ya dijo Machado solo del necio: “que confunde valor y precio”. Y en vez de ver y discernir lo que necesita o le conviene con buen juicio y mejor gusto, se come con los ojos y se traga lo que se vende más en el mercado.

No es que no haya calidad, sigue habiendo huevos sanos y podridos. Lo que pasa es que la gente supone que es de mejor calidad lo que más se vende. Que por algo será, cree la gente que acude a los mercados. Y si compra -cuando puede- lo más caro, es porque piensa también que ha de ser de muy buena calidad lo que siempre compran los pijos que pueden pagarlo.
En una sociedad en la que se tiene en cuenta más la cantidad que la calidad de las personas, la opinión publicada más que la opinión argumentada y expuesta libremente, las estadísticas tanto o más que los votos y una mayoría aplastante más que una democracia viva de ciudadanos responsables, debería preocuparnos el poco interés que tenemos para conocer, por ejemplo, el tiempo que dedicamos a reflexionar, a escuchar y conversar con los vecinos, a leer, a cultivar valores que no tienen precio... Pero no, en vez de pensar lo que tanto da que pensar : que apenas se piensa, seguimos haciendo estadísticas y sondeos de mercado para calcular. Nos interesa más el índice de precios al consumo que la participación ciudadana y no digamos ya el gobierno de la propia vida. Por no hablar del amor que no tiene precio y es el mayor de los valores, a diferencia de hacer el amor que también se paga en el mercado.

Si pensar es lo que distingue a las personas de los animales, confundir valor y precio es estar como una cabra que se tira al monte; o, peor, como oveja que pasta sin ningún capricho y engorda hasta llevarla al matadero sin que se entere. Es apenas vegetar. Hasta que seamos desplazados por las “maquinas inteligentes” o programadas, que tampoco eligen pero calculan sin ningún problema. Ni corazón que les duela.


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