VALOR Y PECIO
La cualidad
indica la propiedad de las cosas o diferencia que las distingue
unas de otras. La bondad es por ejemplo la cualidad de las cosas
buenas y la belleza de las que son bellas. La cantidad en cambio
es la medida de lo que hay, que puede ser más o menos de lo mismo.
Una docena de huevos, por ejemplo, siempre serán doce y más que
uno aunque esté sano y los demás podridos. La calidad es la
clase mejor o peor de los individuos - sean tomates o huevos -
que siendo lo que son todos lo mismo, no son sin embargo igual de
buenos dentro de la misma especie.
En un
mundo en el que prevalece la cantidad sobre la cualidad se borran las
diferencias y no se advierte la calidad de las cosas. Le pasa
entonces a la gente en general lo que ya dijo Machado solo del
necio: “que confunde valor y precio”. Y en vez de ver y
discernir lo que necesita o le conviene con buen juicio y mejor
gusto, se come con los ojos y se traga lo que se vende más en el
mercado.
No es que
no haya calidad, sigue habiendo huevos sanos y podridos. Lo que pasa
es que la gente supone que es de mejor calidad lo que más se
vende. Que por algo será, cree la gente que acude a los mercados.
Y si compra -cuando puede- lo más caro, es porque piensa también
que ha de ser de muy buena calidad lo que siempre compran los
pijos que pueden pagarlo.
En una
sociedad en la que se tiene en cuenta más la cantidad que la
calidad de las personas, la opinión publicada más que la opinión
argumentada y expuesta libremente, las estadísticas tanto o más
que los votos y una mayoría aplastante más que una democracia viva
de ciudadanos responsables, debería preocuparnos el poco interés
que tenemos para conocer, por ejemplo, el tiempo que dedicamos a
reflexionar, a escuchar y conversar con los vecinos, a leer, a
cultivar valores que no tienen precio... Pero no, en vez de pensar
lo que tanto da que pensar : que apenas se piensa, seguimos haciendo
estadísticas y sondeos de mercado para calcular. Nos interesa más
el índice de precios al consumo que la participación ciudadana y
no digamos ya el gobierno de la propia vida. Por no hablar del amor
que no tiene precio y es el mayor de los valores, a diferencia de
hacer el amor que también se paga en el mercado.
Si pensar
es lo que distingue a las personas de los animales, confundir valor
y precio es estar como una cabra que se tira al monte; o, peor,
como oveja que pasta sin ningún capricho y engorda hasta llevarla al
matadero sin que se entere. Es apenas vegetar. Hasta que seamos
desplazados por las “maquinas inteligentes” o programadas, que
tampoco eligen pero calculan sin ningún problema. Ni corazón que
les duela.
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