SOBRE
EL DIALOGO Y LA CONCORDIA
Los hombres se entienden hablando. No obstante a veces parece que
los españoles nos entendemos gritando. Pero yo quería hablar hoy
de la concordia y del diálogo, que es la palabra cabal y el medio
apropiado para entenderse, para acordar y conversar, para vivir y
convivir en paz, y no de los gritos que solo sirven para dar a
entender que no nos entendemos. Y que en eso al menos estamos de
acuerdo.
Por tanto no hablaré de los gritos en el mercado y en
las tertulias donde nadie escucha, y en el parlamento que tampoco; ni
de los escándalos y noticias en oferta con letras grandes, o de las
marcas que también, ni de reclamos publicitarios; ni de los hinchas
en los partidos -de todos- ni de las camisetas - de todas- o de
tatuajes en la piel; ni del último grito de la moda y de la moda
de todos los gritos, ni de tendencias o de famosos, ni de la puesta
en escena de la gente "a grito pelao" en este teatro del
mundo donde no somos nadie si nadie lo nota. Sino del diálogo y la
concordia.
Los
hombres somos animales racionales; es decir, dotados de "razón"
o de "logos", que era para los griegos palabra y
pensamiento inseparablemente. Hablamos y pensamos siempre en una
lengua, primero en la materna que nos parió y después en la que
hemos sido educados. La lengua que habitamos, en la que vivimos y
conversamos, es de todos los hablantes: la patria común que
deberíamos cuidar y la primera constitución que nadie puede
cambiar a su antojo sin atentar contra la convivencia humana y el
buen entendimiento.
El
diálogo es la palabra cabal que discurre entre dos personas: que
va y viene de uno al otro -como pregunta y respuesta- para avanzar
hacia la Verdad que se busca y siempre es mayor que la que se
encuentra en el camino. Porque ésta es nada más y nada menos que un
paso, un anticipo y un acuerdo para seguir buscando. Como la vida y
la historia, la tradición y la convivencia cuando son como deben
ser: camino que se hace al andar y entendimiento en el que nos vamos
entendiendo.
La
situación ideal del diálogo no es la del alcalde desde el balcón
del ayuntamiento y el pueblo en la plaza reunido; ni la del rey o
el presidente en la pantalla y cada uno en su casa. Ni la del obispo
en su cátedra, los fieles en la bancada y los pobres en la calle sin
amparo. La situación del diálogo, como palabra entre dos, es
relación personal entre personas: Tú y Yo, entre quien y quien, en
pie de igualdad y con la misma dignidad de personas responsables.
El
que habla más de lo debido sin escuchar a nadie, no dialoga. El que
solo escucha, tampoco. Habla el que toma la palabra y la recibe, el
que pregunta y responde. No los súbditos que callan sin rechistar ni
los ciudadanos que gritan y se quejan sólo sin pensar. Ni los
gobernantes que no responden a los periodistas. Ni los periodistas
que dicen sólo lo que les conviene. La prueba que detecta la
calidad democrática de una situación asimétrica en la que solo un
responsable habla a muchos que también lo son, es que cada uno de
éstos después de escuchar pueda tomar la palabra para preguntar
lo que quiera a quien corresponda.
Es
cierto que nadie puede escuchar a todas las personas y que ningún
colectivo -llámese como se llame- es una persona que pueda hablar.
Por eso existe la democracia representativa y la representación
democrática. Pero la prueba del algodón es el diálogo, y cuando un
representante se niega en principio a responder a un representado
deja de ser una persona responsable y se queda en personaje en el
peor de los sentidos. Llamar a la "participación ciudadana"
desde el gobierno está hoy bajo sospecha de querer ganarse con
dinero público una clientela que lo secunde. El desprestigio de
la política se debe a los políticos que hablan demasiado, escuchan
poco y apenas responden a los ciudadanos.
En
las lenguas romances y en otras muchas la primera y la segunda
persona del singular no tienen género: Tú y Yo, son personas
iguales. En cambio me dicen que en otras la persona que escucha, la
segunda, se marca en femenino cuando es mujer. ¿Por qué será? Lo
ignoro, pero sospecho que eso discrimina a las mujeres. Todos somos
iguales como personas responsables; pero no siempre ejercemos ni nos
dejan, sobre todo a las mujeres en todas partes. El machismo es una
barbaridad. Pero no es el último grito de la barbarie que impide el
diálogo, el consenso, el acuerdo y la concordia en todo el mundo.
31.3.2014
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